Francisco Cáceres Barrios

Estoy plenamente convencido que la pérdida de credibilidad en la justicia o en los juzgadores no es cosa reciente, viene de mucho tiempo atrás y de ahí que cuando los hijos responden a sus padres sobre que piensan estudiar derecho, arruguen la nariz. No es de ahora la expresión burlona de que los abogados son igualitos a los bananos porque ninguno es recto sin embargo, es justo dejar constancia que todavía es común escuchar muchos nombres de profesionales que se distinguen por su honradez, capacidad y sobre todo, por gozar de reconocidos valores y principios. Si bien es cierto que para asegurar lo mismo sobran los dedos de la mano, también es verdad que ha surgido todo un conjunto de fenómenos que concurren para caracterizar la situación que denomino “síndrome Stalling” y que defino como una generalizada pérdida de credibilidad en la justicia.

Claro que en Guatemala hay abogados y notarios dignos, capaces y honrados sin embargo hay otros que, por la pérdida de todas o parte de estas características se han llevado entre los pies el prestigio de la noble profesión. No es cierto que las características observadas en el desempeño profesional de la señora Blanca Aida Stalling, de donde se me ocurrió tomar el título de este comentario, sean iguales para todos. Hay sus excepciones, tal vez muy contadas, pero existen, por lo que dependerá de todos los guatemaltecos que deseamos lo mejor para nuestro país, evitar que sigan proliferando este tipo de servidores públicos en el ramo de la justicia.

¿Por qué será que los humanos nos dejamos llevar por los malos ejemplos en vez de los buenos? No soy la persona más indicada para responder a esta interrogante, pero sí reconozco que el síndrome debiera llevar el apellido Ruano, en homenaje al juez Carlos Ruano quien, con valor, entereza y valentía supo mandar por la punta de un cuerno la presión de una magistrada para otorgarle una medida sustitutiva a su hijo. Entonces, el modelo a seguir por todos los servidores del poder judicial debiera ser el de un juez honorable con valores y principios sólidos y firmes. Un modelo que debiera imitarse no solo en el campo de la justicia sino generalizado en toda nuestra sociedad.

Piénselo bien estimado lector. Como chapines no debiéramos dejarlo para mañana. Empecemos a cambiar desde hoy. Modifiquemos nuestra actitud negativa de solo lanzar improperios a quien haya hecho pedazos el prestigio y honorabilidad de una profesión que debiera ser digna, para pasar a motivar, incentivar y desarrollar la recuperación de aquellos buenos valores y principios que debieran prevalecer en todos los actos de nuestra sociedad, la que merece el mejor de los destinos.

Artículo anteriorEl “tetazo” y el feminismo tergiversado
Artículo siguienteAdiós a una verdadera reforma a la justicia