Isabel Pinillos
ipinillos71@gmail.com

Noviembre 2016 fue un cubetazo de agua helada. Una persona sin modales, sin escrúpulos, sin cultura, sin preparación política fue llamado a dirigir la primera potencia mundial. Los estadounidenses eligieron a un jefe de estado que atenta contra los valores democráticos, y por desgracia, se pasaron llevando al resto del mundo.

Algunos, este fenómeno lo identificaron como la «posverdad», el cual aunque era predecible, pocos vieron venir. Así pues, Trump logró infundir al «hombre blanco» sentimientos de ira y miedo con un mensaje nacionalista y xenófobo, en contra de cualquier planteamiento objetivo. Algunos pensamos que después de una contienda electoral de poca altura, este aprendiz de presidente buscaría un discurso de unidad y reconciliación. Pero su mensaje característico no tardó en resurgir a partir de su toma de posesión. Hoy no queda más que aceptar que Trump está para quedarse, aunque algunos sospechan que por lo impredecible y volátil de su carácter no logre terminar su período sin ser destituido, porque alguien así constituye un peligro potencial para la humanidad entera. Pero, ¿cómo se llegó a esto?

Los vientos del norte vienen a imponer los pensamientos de este nuevo orden mundial. Ocurren dentro de la posglobalización, en un planeta interconectadísimo, pero con gran déficit de atención. Toda información a la que estamos expuestos fluye en vertiginosas torrentes que no somos capaces de procesar, mucho menos de poder comprender los efectos que recaen sobre nosotros. Hoy, las conversaciones personales, han sido sustituidas por pantallas; y la expresión de los rostros del ser humano, por odiosos emoticones regordetes. La autoestima es alimentada conforme se presiona el botón de «me gusta» a la par de la publicación compartida.

No nos extrañe pues, que hoy sea presidente quien ha sido capaz de manejar el Tweet, quien en tan solo 140 caracteres emite una sentencia pública, o lanza una idea que se viraliza como plaga en pocos segundos. No importa la correción política, ni siquiera la correción ortográfica, no hay espacio para ahondar. En este universo paralelo es permitido balbucear cualquier cosa, sin filtro alguno, y de forma eficiente. Dentro de una era donde impera el narcisismo, Trump es el rey. Cierra espacios, miente, construye muros, antagoniza, desmerita a quien se le oponga.

Como la ilustre Mafalda una vez imploró: «Paren el mundo, me quiero bajar». Es justo lo que ahora me provoca la sensación de ir a mil kilómetros por hora, sin saber a dónde voy. El panorama se ve borroso, y es necesario bajar revoluciones, para recobrar el equilibrio, el aliento y la cordura. Busco respuestas. En estos tiempos añoro el silencio del recogimiento; para reagrupar los valores que le dan sentido a la vida; para comprender cómo los cambios impuestos nos afectan a la raza humana, al país diminuto que somos, y en definitiva a nosotros mismos. Mi sospecha, queridos lectores, es que vamos de retroceso, pero vamos tan rápido que ni siquiera nos hemos dado cuenta.

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