Eduardo Blandón

Parece que la constructora brasileña Odebrecht embarró las manos de cuanto político pudo en los países de la región. Y no dudo que ninguno se haya librado de las propuestas indecentes de una empresa con exclusivo ánimo de lucro que conocía la naturaleza frágil de nuestros políticos. El último caído en desgracia ha sido el expresidente de Perú, Alejandro Toledo.

Si nos atenemos a las notas de prensa, se dice que el expresidente, que llegó (como el nuestro), blandiendo pureza en su campaña presidencial, el sucesor del mal recordado Alberto Fujimori, recibió 20 millones de dólares en sobornos de la empresa corruptora. Pecó de lo lindo y sin chistar.

Se corrompió como tantos. Se dice que un proyecto de infraestructura presupuestado en 800 millones, subió, a costa de 22 adendas al contrato original, a 2,000 millones de dólares. ¿Milagroso? No, todo bien calculado, manejado oscuramente el sobreprecio, depositado en las cuentas habituales: Citibank y Barclays Bank PLC de Londres.

Toledo, sin duda reaccionará como nuestros políticos. Alegará demencia, acusará a la oposición y dirá que a lo mejor hay un mal entendido. Quizá asegure que los responsables sean otros. Lo cierto es que ya se ha solicitado orden de prisión preventiva contra el político mañoso (perdón por la redundancia) y ya están rastreados 11 de los 20 millones de dólares.

El caso Toledo no es ni marginal ni exclusivo. Retrata a nuestros políticos siempre ávidos en megaproyectos para ver cómo «rascan» u obtienen dividendos a través de mordidas o sobrevaloraciones. Cayó Sinibaldi, caen nuestros Diputados y los presidentes no se libran de ello. No cabe duda que ese tipo de transacciones es dinero fácil y llega a las cuentas con tan solo un «click».

La constructora brasileña Odebrecht nos descubre también que los empresarios conocen el lado flaco del sistema, la naturaleza enclenque de nuestros políticos y la tradición impune de nuestros países. Animado por ello, untan las manos de dinero sucio a los políticos para que ellos les sirvan en plato grande las ganancias fáciles. Desafortunadamente es la larga tradición de latrocinio de estos países. Creo que ha llegado la hora de poner punto final a tanto robo descarado.

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