René Leiva

Al parecer, en un principio, desde que don José vio el nombre de la desconocida en la ficha que se coló entre las de los famosos, más que otra cosa, quiso conocer su vida, pero contada por ella misma. No otra vida, como las de su colección secreta de personas famosas, relatadas por los redactores de los medios donde don José las leía y recortaba. No, por supuesto que no. Una vida de primera mano, en la que él fuese el relator para sí mismo. Una vida como materia prima para que él le diese forma y significado, un sentido único e íntimo… La inesperada ficha de una desconocida sentenciada al olvido, como si el olvido no fuese cuestión de tiempo precisamente, para todos los nombres de siempre; Homero, Cervantes y Shakespeare incluidos.

Si de otra manera, imaginaria de tan simple, ella le hubiese contado su vida, don José, sabría cómo adoptarla y adaptarla para sí, porque incluso la propia vida se aprecia de manera demasiado distinta a como es en realidad; y cuál realidad.

Darle contenido dilatado y extenso a un nombre; existencia a una vida; él, don José, otro ser de condición incógnita para los otros. Como si debido al mismo azar de los sucesos, ella lo hubiera escogido a él para traspasar la frontera ignorada de un hombre cualquiera.

Como el mismo don José, en su condición de desconocida ella es parte del olvido, del gran olvido pre y post existencial, y encarnación de la soledad en la isla de su nombre.

¿Cómo, con qué llenar un nombre vacío, el vacío de un nombre?

La Conservaduría General del Registro Civil, un laberinto de nombres amontonados pero ciertamente aislados, solos, desconocidos la gran mayoría, olvidados sin haber muerto, como los propios vivos. ¿Pretende don José, por pura intuición bondadosa y no reflexiva, rescatar a la desconocida de su anonimato, olvido, soledad…, precisamente por no conocerla, por ser ella el símbolo aislado de todos, todos los nombres?

Si en un principio a don José no se le ocurrió consultar la guía telefónica para conocer la dirección actual de la mujer desconocida, si al potencial ansioso de aventura se le pasó por alto, fue debido a la facilidad, al poco o nulo interés excitante y excéntrico de acto tan corriente, porque es necesario que el camino, por corto que sea, ciertamente sea tan otro que logre impresionar la parte dormida o hasta entonces insensible de todos los sentidos.

Poco a poco don José descubre quién, en él, toma las buenas o las malas decisiones decisivas, esa forma de pensar alterna o paralela, del todo desacostumbrada, claramente subversiva; extraña, sí, pero no ajena a cuanto él es. (La invicta vigencia, cabalmente ignorada u olvidada, del conócete a ti mismo; del intento por conocer todos los diferenciados mismos que te integran. La psiquis individual, un organismo de egos, que, contradictorios, divergen/convergen.)

El hallazgo algo azaroso de unas cuantas frases clave, como infiltradas e incrustradas, un poco remisas, un tanto disimuladas, puestas al acaso entre dos densos párrafos, mejor si pasan desapercibidas esas claraboyas, si se las salta o la vista transita a varios centímetros de distancia, por sobre ellas, sin arrojar lastre, sin dejar rastro… A menos… Frases llave para la cerradura del misterio que también es llave de otro encerramiento.

Artículo anteriorTrabajo parcial y salario mínimo
Artículo siguienteDecidir entre la esperanza o el conformismo