Roberto Arias
La población guatemalteca, en general, grita “Pueblo unido jamás será vencido” sin percatarse de que el pueblo de Guatemala no es un pueblo verdaderamente unido. La diferencia la marca una serie de elementos psicosociales que tienen sus orígenes en tiempos remotos y no tan remotos. No debemos olvidar que el planeta, desde siempre ha sido, es y seguirá siendo un verdadero perol de fusión étnica y social. En Guatemala, antes y después de la conquista, como en otros países, se han marcado con profundidad las diferencias raciales, sociales y económicas.
Viene esto a raíz de que nos consideramos latinoamericanos, sin embargo, como escribe Manuel Galich en su libro “Nuestros primeros padres”, durante la época de la conquista, los de ascendencia exclusivamente europea, pero nacida aquí y autodenominada criolla, discriminaban a las múltiples variedades mestizas que habían surgido con su aporte seminal en las indias y las negras. Llamaban castas o de color quebrado a esos nuevos grupos étnicos y las calificaban con las más curiosas y despectivas denominaciones, especialmente en la Nueva España y en el Perú, según descendieran de indios, españoles, negros, mestizos, mulatos o zambos y según la proporción en que entraran esos ingredientes en el cruce resultante.
Había, por ejemplo, moriscos, albinos, toma atrás, lobos, zambaigos, cambujos, albarazados, barcinos, coyotes, chamizos, ahí te estás, quinterón, requinterón, gentes blancas, cholos, chinos, etcétera. Sociología repugnante, pero reveladora de nuestra gran complejidad étnicosocial, producto del colonialismo.
La naturaleza perspicaz de Simón Bolívar abarcó de un solo golpe esa complejidad humana constituida por nosotros, los habitantes de las tierras que salían del coloniaje peninsular y, de ella extrajo atinadas reflexiones sociales y políticas. Bolívar expuso que: Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano y este se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos del seno de una misma madre, nuestros padres, diferentes en origen y en sangre son extranjeros y todos difieren visiblemente en la epidermis.
Poco antes, El Libertador había dicho en el mismo discurso: “Así, nuestro caso es el más extraordinario y complicado”.
En los siglos XIX y XX –“nuestro caso”- se ha complicado aún mucho más, con la llegada de los que podríamos llamar europeos “nuevos” y con la incorporación de asiáticos del Cercano y Lejano Oriente, árabes, judíos, hindúes, chinos y japoneses, sobre todo cuyos descendientes son tan “latinoamericanos” como los de los indios, los negros y los europeos “viejos”.
Ese crisol que es el planeta Tierra no ha dejado de funcionar como tal. Esto, desafortunadamente en Guatemala, es causa profunda de nuestros problemas políticos, sociales y económicos. La lucha es por ser o tener más que el otro, no es en busca de la igualdad de oportunidades.
¿Podremos cambiar ese torpe y raído pensamiento?