Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Si al día de hoy, veinte años después de la firma de los Acuerdos de Paz, se hace una encuesta sobre el conocimiento que hay acerca del contenido del fruto de esa larga negociación tan cacareada, veríamos que ni siquiera el uno por ciento de la población tiene una idea general de lo acordado entre lo que se llamó pomposamente “las partes”, que no movieron en realidad un dedo para concretar en nuestra realidad de vida aquellos elementos que se consideraron como esenciales para superar el Conflicto Armado Interno.

Yo soy de los que piensan que más allá del conflicto Este Oeste, en Guatemala la guerra fue resultado de la existencia de condiciones políticas y sociales de exclusión de grandes sectores de la población y de condiciones burdas de injusticia, sin olvidar que el movimiento inicial fue de oficiales del Ejército de Guatemala que se alzaron en armas ante el descarado ritmo de corrupción que se manifestó con Ydígoras, mismo que comparado con lo que han hecho los gobernantes de la llamada era democrática era en realidad una bicoca.

Y como el proceso de paz se lo tomaron tan poco seriamente las partes, el resultado de las negociaciones terminó siendo mucho mejor de lo que nadie hubiera imaginado, al punto de que los acuerdos suscritos constituyeron realmente una hoja de ruta para superar los viejos atavismos de la sociedad guatemalteca y de la estructura política del país. Pero fueron apenas un ejercicio retórico que no se plasmó en realidades porque ni el gobierno con su ejército ni la guerrilla con dirigentes que creyeron convertirse en líderes políticos, hicieron nada para que siquiera fueran conocidos. Y el pueblo que no los llegó a conocer jamás hubiera podido hacerlos suyos e impulsarlos como un proyecto de nación distinto.

Acaso si los actores del proceso hubieran sido otros, especialmente los firmantes, la paz hubiera ido más allá del cese al fuego que finalmente fue el resultado objetivo. La firma de la paz fue un acto finalmente vacío porque nadie pensó en hacer algo para que se produjera la transformación acordada tras el análisis de las condiciones que dieron lugar a la guerra en el país. Convencidos de que nuestra guerra era producto de la intromisión cubana o soviética, no se quiso realmente entender que aquí prosperó, especialmente en poblados del interior, como resultado de que las condiciones de vida de nuestra población era miserable e inaceptable.

Condiciones que no han variado porque en Guatemala el contingente de los que carecen de oportunidades tan básicas como salud y educación es inmenso y al día de hoy es tan difícil hallar oportunidades como lo fue antes de la guerra. Nuestra gente sigue encontrando su realización al emigrar en condiciones adversas a lugares donde, aún discriminados, encuentran siquiera la oportunidad de recibir ingresos que jamás hubieran logrado en la patria que les vio nacer.

Yo estoy convencido de que si no fuera por el esfuerzo de los migrantes, por su trabajo y por las remesas que envían mes a mes, Guatemala sería un hervidero y caldo de cultivo para nuevas rebeliones populares porque nada de lo que se acordó para firmar la paz llegó a ser realidad.

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