Juan Jacobo Muñoz Lemus
Mientras ando en cuatro patas, viejo y desgarbado, con poco valor y utilidad y cargando con el loco de mi señor Don Quijote que no deja el idealismo y la erotomanía; y al tiempo que nos acompaña montado en un burro que no dice nada, un palurdo que no pasa de beneficios primarios; trato de aplicar la testa y atiendo.
Veo a niños clamando a Claus, a nostálgicos más cariñosos que de costumbre, a mercaderes de fórmulas para ser feliz, a beodos espirituosos; y veo también, templos de membresía pasajera: y ¿Por qué? Claro está, porque en la víspera, como todos los años, ocurrirá lo mismo.
Una tibia ráfaga de ternura llegará, proveniente, al menos en el origen, de la inefable figura de un niño que ha logrado sobrevivir en la memoria de los seres humanos de Occidente. Posiblemente sea allí, en la memoria, donde más habite, pues queda claro que no encontró acomodo en los corazones de muchos de los que aseguran pensar en él.
Como pasa con tantos recién nacidos, a los que todos cargan el día que nacen; vendrá aquel niño como muchos, para amarlo y olvidarlo pronto. Atenido a los hechos, parece que es demasiado lo que necesita la raza humana para que le nazca un Cristo en el alma; quiero decir, el de los justos, de los ciertos, de los que se atreven a vivir para equivocarse, enmendar y crecer.
Con tantos hogares iracundos, educados en la envidia y el egoísmo, y envueltos en el miedo y los resentimientos. Entre tantos países devastados por la guerra, la muerte, el hambre, la ignorancia y el fanatismo. Y en un planeta que se encuentra agonizando porque nunca se le entendió como un ser vivo; es difícil pensar que el mensaje de amarse los unos con los otros, haya calado alguna vez de manera sincera.
De la tradición cristiana escuché, que el neonato traía una misión y una condena; vivir y morir por amor; pobre criatura. Que hado, que destino, que encadenamiento fatal de sucesos lo determinaba. A que venía tanto amor de aquel niño, para qué una carga tan pesada. Nacer para morir por otros, renunciar a toda una vida. Creo que, si intento entenderlo solo con la razón, seguramente se me licuará el cerebro.
Además de todo lo anterior, me confunde la desventura de aplicar a tantos arquetipos. Según el momento, se le ve como niño sempiterno, héroe, santo, mago, filósofo o como señor del vino. También es el hombre, al que la raza humana podría intentar emular por aspiración, si es que el buenazo tiene alguna capacidad de inspirar.
En todo caso, y más allá de cualquiera de las distintas representaciones sensoriales de un ideal que solo se entiende espiritualmente; parece obvio que ese niño nace para erigir almas. ¿Cómo sería darle por su lado?
En el pesebre, donde comemos las bestias; voy a tratar de colarme y hacerme un espacio entre el buey y la mula. No sé si lo haré para resoplar y calentar al recién nacido, que mucho frío tendrá el pobrecito, ante tanto desaliento; o si lo haré para olfatearlo y aspirarlo. A lo mejor a los cuadrúpedos se nos da ser amorosos.