Claudia Escobar. PhD.
claudiaescobarm@alumni.harvard.edu

En medio de los convivios navideños, propios de la época, un tema común es la corrupción. Nadie niega que ese fenómeno ha penetrado nuestra sociedad y permeado nuestras instituciones. En un país pequeño, como Guatemala, es común que se conozcan casos de personas que de la noche a la mañana subieron en la escala social, después de haber ocupado un cargo público o de haber gestionado una empresa que logró hacer negocios con el Estado.

De una u otra forma todos nos hemos enfrentado en algún momento con la corrupción, sin embargo pocos se atreven a denunciar. Las razones son distintas; algunas veces no se conocen los mecanismos; otras porque no se cuenta con las pruebas pertinentes; también existe el temor a represalias y hasta hace poco la creencia que nada va a cambiar por perseguir un hecho de corrupción.

Sin embargo, el hecho que a través de las investigaciones de la CICIG y el Ministerio Público se hayan iniciado con la persecución penal de casos emblemáticos relacionados con la corrupción, ha despertado en muchos guatemaltecos el deseo de vivir en una sociedad más transparente en la que se respeten las reglas y las instituciones cumplan con el fin para el que fueron creadas. Se reconoce ampliamente que es necesario limpiar nuestro país de la corrupción, para que exista un verdadero Estado de derecho.

Siendo un mal tan generalizado es necesario que los ciudadanos y los distintos sectores se unan para atacar la corrupción, pero para diseñar una estrategia eficaz que nos permita enfrentar la corrupción debemos aprender a distinguirla, tenemos que entender cómo funciona, cómo se sustenta y se reproduce.

Así como una enfermedad tiene distintos niveles y grados, la corrupción también se puede clasificar según su envergadura y gravedad. Entre más alta sea la escala de corrupción más difícil de tratar. De acuerdo a Transparencia Internacional la corrupción se clasifica en tres categorías, dependiendo de los montos de dinero que se transan y del sector involucrado.

La primera categoría es la corrupción a pequeña escala; la segunda es la – grand corruption– o corrupción a gran escala y la tercera es la corrupción política. Pero a estas categorías considero que habría que agregar un nivel más alto que es la cleptocracia, es decir la institucionalización de la corrupción.

En el primer nivel de corrupción, se encuentran las actividades más usuales de abuso del funcionario público en contra del ciudadano común. Aunque puede ocurrir en todos los niveles de la administración pública, es una práctica usual en los trámites administrativos corrientes. Por ejemplo, el soborno, que en nuestro lenguaje popular se conoce como mordida. Generalmente es un pago económico que requiere un funcionario público para que haga o deje de hacer su labor, nuestra legislación penal lo tipifica como cohecho, sin embargo por ser aceptado socialmente pocas veces se denuncia. En este rango también puede estar el peculado, el tráfico de influencias o el abuso de poder. Se clasifica como petty cuando se trate de acciones de un solo funcionario o de un número reducido de ellos, como los policías que pretenden poner una remisión cuando no corresponde, o los empleados públicos que agilizan un trámite a cambio del pago oportuno. (Continuará)

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