Luis Fernández Molina

Gracias a Miguel Ángel Asturias el Nobel de Literatura nos parece algo cercano. Casi familiar, aunque se trata de un reconocimiento a nivel mundial, un tributo universal. De esa cuenta parece estar en otra dimensión, pero Asturias nos acercó a esa galaxia. ¡Uno de los nuestros lo había obtenido! Entre otros, considero que el crédito mayor de nuestro compatriota fue que escribió sobre Guatemala, sobre su cultura, acerca de su gente. Puso al hombre de maíz a la par de los hombres de arroz, de trigo y de todos aquellos herederos de quienes migraron de la nativa África hace muchos siglos. Hizo visible a Guatemala en el mapa describiendo a sus héroes, a sus tiranos, sus campesinos, sus mitos y leyendas.

Este año el galardonado fue Bob Dylan, el músico-poeta. Desde su designación hubo mucha discusión. Sin menoscabo alguno de los méritos del compositor, unos consideraban que ese reconocimiento se debe limitar a aquellos literatos de “vieja escuela” que se expresan con sus largos escritos, ya ensayos o novelas. Pero ¿un músico? Es claro que se rompieron algunos paradigmas, pero es parte de la evolución de las sociedades.

La fiesta de gala fue este pasado 10 de diciembre en Estocolmo con la presencia principal del Rey de Suecia y muchos selectos invitados. Dylan no asistió en un desenlace de un culebrón que empezó con la notificación; seguido de la molesta espera de su respuesta y ahora su anticipada inasistencia. ¡Por favor Dylan! Dijo que tenía otros compromisos pero ¿cuál más importante que éste? En la gala cantó Patti Smith una de sus canciones -A Hard Rain´s A-Gonna Fall”- y emocionó a los más de 1,500 asistentes al punto de lágrimas. Smith se interrumpió dos veces porque se le cortaba la voz. La mismísima Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo tuvo que empezar de nuevo a petición de la veterana cantante (como si fuera un ensayo). Sin embargo, el acto fue muy apreciado por su espontaneidad y su alto contenido humano, algo insólito para un acto tradicionalmente muy solemne y serio.

En la carta de agradecimiento a la Academia Sueca -que fue leída en el banquete de honor- escribió Bob que nunca ha tenido tiempo de preguntarse si sus canciones son o no literatura. Que desde pequeño había leído y absorbido las obras de gigantes de la literatura, también laureados, como Kipling, Bernard Shaw, Thomas Mann, Pearl Buck, Camus o Hemingway. Que “ahora yo me una a una semejante lista de nombres realmente va más allá de las palabras”.

Si revisamos la historia de los condecorados desde el inicio, 1901, veremos algunos giros interesantes. En 1913 fue premiado Rabindranath Tagore, el primero no europeo, sutil y profundo pensador y autor de muchas exquisitos refranes (tantos que no me atrevo a transcribir solo uno), un bengalí que le cantó a su tierra. En 1923 correspondió al místico y gran nacionalista irlandés, William Yeats, muy reconocido como poeta y autor de obras clásicas de la cultura celta. Pearl S. Buck, en 1938, quien describió la campiña china y escribió varias biografías (de los que tengo en mi biblioteca). En 1945 surgió la figura de Gabriela Mistral, poeta chilena. Del 46 al 50 se dio una “seguidilla” de autores muy conocidos, en su orden: H. Hesse, A. Gide, T. S. Elliot, Faulkner, B. Russel. Sorprende en 1953 el premio a Winston Churchill, no por falta de méritos sino por ser estadista mundialmente famoso. Del 54 al 64 vuelven a ser premiados famosos escritores: Hemingway, Camus, Pasternak, Steinbeck, Sartre. En 1967 Miguel A. Asturias.

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