Eduardo Blandón

A continuación presento un texto utilizado para la presentación de la primera obra poética publicada por el también periodista, Elmer Telón. Ojalá pueda servir el artículo para atraer los ánimos de lectores siempre proclives a la creación literaria guatemalteca.

Al introducir este texto, hablo de “género delicado” porque la poesía, aunque de vieja data, constituye, desde mi punto de vista, una parcela cultivada por hombres y mujeres de espíritu cualificado, sensibles, intuitivos y auténticos amanuenses divinos.  Profetas selectos, portadores a veces de misterios incomprensibles y muchas veces nada halagüeño.  Por ello no es casual que se diga que los poetas mueran jóvenes (cosa que no auguramos a nuestro amigo Telón), en tanto que el mensaje es llevado con gravedad y la tarea generadora (el trabajo hermenéutico que traduce lo inefable) gasta las fibras íntimas y de repente también inhibe las ganas de vivir.

Dicho esto, me referiré al texto de nuestro amigo, tratando de descubrir algunas claves de interés que me parecen importantes para inducir la lectura y degustar desde ya la propuesta literaria.

Empiezo con la frase con la que abre el poemario atribuida a Mario Monteforte Toledo que sugiere algunas características de la literatura: amarga, solitaria, personalista, autorretratista, profundamente egoísta y antiética.  De estos rasgos me llama la atención lo “antiético”.  No por mojigatería, sino porque de alguna manera pone de manifiesto lo transgresor de la poesía, lo irreverente y, si me lo permiten, lo hereje que hay en ella.

Desde este punto de vista, creo que Telón anuncia pronto que su empresa literaria no será complaciente ni rebuscadamente afectada, sino una construcción en la que, como antiética denuncie los convencionalismos que quizá a veces la cotidianidad nos impida contemplar.

Esa es la razón por la que, en el texto titulado, por ejemplo, “esa salvación inexistente” critique “la posmodernidad” por ser un “amanecer deshabitado”, “sitiado por cicatrices” y de “cotidianidad brutal”.  Telón encuentra en la cultura consumista un espacio en el que no hay redención y del que no se puede salir indemne a causa de lo que llama “el gran incendio”.

Siendo así la cultura de nuestros tiempos, el poeta no puede fingir felicidad.  “Cercado por tantas viudas, exigido por la mirada de huérfanos estoicos no se les ocurra pedirme que declare que sea feliz”, declara en el libro.  Es imposible un estado así cuando, afirma Telón, “se orina sangre en las aceras, en los buses y en la historia”.

De paso diré, como quizá queda evidente hasta ahora, que el tema de “la salvación” es recurrente en la mirada del autor.  Los seres humanos buscan fundamentalmente un punto de apoyo, asirse a algo firme, pero la posmodernidad sigue siendo líquida y produciendo seres frágiles y vulnerables.

No hay tal progreso, explica el escritor, hay más bien una globalización de la miseria en el que los sujetos están desprotegidos.  Así lo expresa en el texto “todavía es de noche”.  El progreso es ese farsante “que negó la tierra” y “ahora demanda un orgullo ridículo para ‘el azúcar de Guatemala’, para ‘el mejor café del mundo’ o ‘el clima ideal para la palma africana’”.

Frente a esa realidad sombría se encuentra el vate, condenado como Jonás, a ser ave mal agüero.  “Peones de pluma y lápiz descargando su pólvora de inconformidad contra la inexorable muerte”.  “Los escuchados por nadie, los leídos por nadie, los perpetuos enemigos del sistema, náufragos que dejó la angustia, quienes de forma asquerosa se desviven y mueren enamorados de la vida”.

Con todo, sin embargo, Telón, no quiere ser escritor de “poemas negros”.  Y quizá por ello muestre un horizonte en el que los afectos sean fundamentales en la vida como recurso salvífico.   Lo notamos en la segunda parte del libro, titulado “sueños breves”.

Así, por ejemplo, dice “la virginidad la dejé perdida en el sexo de una hermosa joven momosteca”.  Un recuerdo, que deja entrever una nostalgia de un acontecimiento importante en la vida del autor.  Más adelante escribe, a propósito de sentimientos a flor de piel, “ella se alquilaba por unas cervezas, mientras yo la acariciaba como si fuera la más digna y noble de cualquier casa”.

Ese recurso de pensamiento mínimo o como dice el libro de “sueños breves”, impone en el texto otra forma en el que cabe la reflexión y acerca a la realidad de manera diferente.  Como cuando se escribe “la eternidad dura solo una noche” o “la descubrí completamente loca… y me encantó”.

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