Marco Tulio Trejo Paiz

A finales del siglo pasado comandó Cuba dictatorial y tiránicamente Fidel Castro. Estableció un imperio tras derrocar mediante un movimiento guerrillero a Fulgencio Batista que no se bajaba del guayabal…

En corto tiempo, principió el barbudo a atacar a los Estados Unidos de América y, creyéndose amo y señor de la situación, no vaciló en declarar el Estado comunista seguro que lo apoyarían la Unión Soviética y los otros países de su género. Era un franco desafío a la súper potencia norteamericana.

Continuemos. El ahora finado dictador cubano, comenzó con organizar y armar con el aventurero argentino Che Guevara y demás secuaces grupos del izquierdismo internacional para formar guerrillas en Centroamérica y provocó todo un reguero de sangre de muertos y heridos por más aventureros.

Es oportuno mencionar que la comunizada Cuba por el castrismo, cometió errores garrafales en sus largos años de hacer y deshacer a sabor y antojo con su régimen opresor impuesto, tanto es así que poco a poco, sin mucho bla, bla, blá, fue volviéndose al capitalismo dejando al margen los preciados atributos de las libertades democráticas, al grado de que los cubanos no pueden viajar al exterior ni externar su pensamiento sobre las medidas de fuerza del orden de cosas imperante. ¡Son víctimas del liberticidio!…

Bueno, por algo los hermanos Castro aceptaron dialogar con el presidente estadounidense, Barack Obama; pero, según parece, se ha producido un absoluto impasse.

Raúl Castro, hecho gobernante de la isla caribeña, asesorado tras bambalinas por su hermano Fidel, en un santiamén, no accede a lo que quiere Obama para llegar a un arreglo conciliatorio y satisfactorio para los dos países.

En síntesis, no hay pleno avenimiento entre los dos presidentes de Estados vecinos que vienen platicando cara a cara.

Talvez la muerte de Fidel Castro despeja y amplía un poco el camino hacia un arreglo formal, histórico y trascendental como en un fuerte y simbólico abrazo de buenos amigos y, entonces, terminará la fiesta brava de ya lejanos días, ¿verdad amigo Juan Pueblo?

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