Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

No existe un sistema político perfecto que mantenga siempre satisfecho al ciudadano y por ello es que cíclicamente se notan cambios importantes en las tendencias de los pueblos que se hartan de los abusos que se cometen en nombre de la democracia y de alguna línea ideológica. En el siglo pasado se vio un florecimiento de las tendencias socialdemócratas que asignaban al Estado un papel importante en la economía para promover desarrollo y bienestar, objetivos que se alcanzaron en buena medida durante un tiempo tanto en Estados Unidos para salir de la Gran Depresión mediante una fuerte inversión pública, como en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, con la promoción de importantes programas sociales.

Pero el modelo se empezó a agotar, carcomido por los excesos y la corrupción, lo que permitió el florecimiento de corrientes liberales que abogaron por la reducción del papel del Estado y la preeminencia de una economía sin regulaciones basada en ideas de libre competencia. La avalancha fue brutal y prácticamente se fue borrando del mapa político la influencia y el poder de los socialdemócratas, sobre todo cuando los programas sociales llegaron a ser insostenibles financieramente, obligando a los famosos ajustes que empezó a dictar, literalmente hablando, el Fondo Monetario Internacional y que llevaron a la privatización como un elemento central del desmantelamiento de aquel Estado fuerte.

Ahora el ciclo parece irse agotando nuevamente y el relevo, de acuerdo a lo que se observa, lo está tomando el populismo conservador que pregona la supremacía de ciertas razas, el «peligro» de la contaminación producida por las migraciones y ataca la libertad de comercio sobre bases «nacionalistas». Tanto en Estados Unidos como en Europa avanza con fuerza esa nueva corriente que explota los miedos ancestrales como herramienta para aglutinar políticamente a las masas, ayudadas por la creciente fuerza de los grupos terroristas que han llenado de regueros de sangre a muchos de los países afectados por la movilidad humana que caracterizó las décadas pasadas con el crecimiento de enormes flujos migratorios que sirvieron para compensar la drástica caída de la propia mano de obra y de población, producto de la prudencia para engendrar que marcó la demografía mundial desde mediados del siglo pasado.

La existencia de ciclos en la vida política de los pueblos es fácilmente comprobable y responde al desencanto que tarde o temprano se va produciendo con los distintos modelos de gestión pública que sufren enorme desgaste con el correr del tiempo porque, repito, no existe ni existirá un modelo perfecto que pueda satisfacer todas las expectativas para siempre. Modelos que, ejecutados por humanos, son imperfectos y muchas veces contaminados por el eterno vicio de la corrupción que se da igual en sistemas de izquierda, de derecha o de centro, puesto que la ambición no tiene ideología, como tampoco la tiene la indecencia.

El próximo año en Europa habrá importantes procesos electorales y no sería remoto que en países como Francia o Alemania, las corrientes nacionalistas que impusieron el Brexit y encumbraron a Trump, se manifiesten vigorosamente dando un vuelco que hubiera sido impensable hace algunos años.

Artículo anteriorPresupuesto y plazas fantasma
Artículo siguienteY sigue TCQ