Juan José Narciso Chúa
Luego de la sorpresa de encontrarnos que el tacuche exclusivo, que la innovación sartorial había sido fallida con el traje de Sergio Mejía, continuamos con la fiesta del aniversario del centenario del Instituto Nacional Central para Varones, aquella velada del 3 de agosto de 1974.
La fiesta se pintaba para ser magnífica y así fue, obviamente los estudiantes de esa promoción resultaban convidados por el hecho que representaba su última fiesta como alumnos del Central, por lo que la camaradería exaltada por la celebración era otro elemento importante en aquella noche tan memorable.
Bailar, que es uno de los placeres más agradables, para este servidor, no fue la excepción en aquella fiesta y aproveché para degustar las canciones del Hielo Ardiente, que en aquel tiempo Julia, acababa de sacarla al aire, por lo que le dieron un toque especial al ambiente. Por supuesto, que los estudiantes del Central de esa época, no dudarán en recordar que el Siglo XX, era una banda espectacular. Esta estaba dirigida por Manglio, hoy abogado, un bajista de los buenos, recuerdo a Cux en la batería –luego tuve oportunidad de platicar con él en Panajachel, en donde reside, en una visita al buen amigo Güicho Cordón, en una inolvidable tarde de rock–, pero el show se lo llevaba Gentry, un cantante de excelente nivel, quien reside en Estados Unidos, pero que vuelve de vez en cuando y se reúne con el Rico Santa Cruz y otro guitarrista y dan conciertos de ese género del rock que me lo disfruto.
El Siglo XX tenía como característica iniciar sus presentaciones con aquella canción que se volvió emblemática para los estudiantes, no solo del Central, sino de esa época que se llama Vehículo, del grupo Ides of March y luego se disfrutaban los covers de Chicago –Just you and me, Call on me, Saturday in the park y la inolvidable Happy Man, entre otras, sin que faltara aquella especial pieza de la Torre del Poder, que se llama So very hard to go. Igualmente, pudimos disfrutar de las piezas de marimba de Los Conejos, un famoso grupo de marimbistas de apellido Orozco que han trasladado por generaciones ese espíritu innegable del ritmo de la marimba, que me llevan a mi abuelo con Río Polochic, Clavel Tinto o a Salomón Argueta con Llegarás a quererme o a Añoranza. E igualmente Fito Alegría hizo lo suyo, cambiando el ritmo de la fiesta, así como hacían Los Conejos.
Cerca de la medianoche, un grupo de mis grandes amigos, nos salimos de la fiesta a buscar espacios distintos y nos fuimos a encontrar con una pequeña tienda que se encontraba en la 10ª. avenida entre 8ª. Y 9ª. calles, a donde fuimos a converger para celebrar ese centenario, pero también esa despedida de esta vida estudiantil rebelde, callejera, académica, deportiva y artística que nos brindó el Instituto.
Dado que era una tienda, no nos podían “atender” en el mostrador, por lo que nos invitaron a subir a un tapanco, al cual se llegaba por medio de unas gradas de madera muy pequeñas y sin dudarlo nos subimos, ahí nos encontramos con un espacio lleno de cajas, botellas, papel y otros artículos propios de una tienda de barrio, pero igual nos acomodamos con mucho gusto. Ahí estábamos, Sergio Mejía –con la novedad de su tacuche multiplicado–; Carlos Antonio Monroy Aguilar, el Pelicano; Edgar Alfredo Ordóñez Porta (+) Tito, René de León, El Abuela; Danilo Flores, Sanchi; y Jorge Luis Morales Modenessi (+), El Ganso y quien escribe.
La noche fue propicia para la alegría, los chistes, las bromas y las charadas propias de aquel grupo de estudiantes gafos, pero que el momento daba para la celebración y el dios Baco puso su parte, para generar un ambiente por demás agradable. Al calor de los tragos, cada uno de nosotros hizo un juramento, haciendo ver que seguramente la vida a partir de este momento nos separaría inexorablemente, pero que cada uno prometía, con palabras sencillas, pero muy emotivas, ayudar a cada uno de los presentes en las profesiones que cada uno consiguiera concluir en la universidad.
La solemnidad del acto, así como la espontaneidad del mismo, se quedó prendida en mi retina, en mi cerebro y en mi corazón, al igual de todos los que estábamos compartiendo esa alegre noche, que todavía hoy cuando nos juntamos –justamente con René de León en París recordábamos ese juramento, 39 años después– y hacíamos un balance del mismo y seguramente cada uno ha apoyado a los otros cuando se ha requerido, sin pensarlo dos veces. Seguramente, en mi caso particular, algunos han sido mis Quijotes, como René, Sergio y Danilo, por ejemplo, pero también han sido mis infaltables Sanchos, sin remilgos y dispuestos a ayudar sin condiciones de ningún tipo. La noche tampoco terminó ahí, pero el espacio ya no permite seguir con esta inolvidable velada, que fue cuando nació el Juramento del Tapanco. Salud a todos los Shecas.