Estuardo Gamalero
«No hay mayor cinismo que el de aquellos que reclaman para sí, lo que nunca han dado» –Jorge González Moore–
Hoy no intento desarrollar una idea, sino más bien, hacerlos reflexionar sobre recientes eventos nacionales e internacionales de especial trascendencia.
La historia y los caminos de las naciones, ciertamente están afectos a cambios que definen los propios eventos. El cambio es constante en cualquier cosa.
Usualmente la historia se disfraza como “trama”, es decir, un relato no necesariamente cronológico, de diversos acontecimientos presentados por un autor o narrador a un lector. En ese sentido, podríamos decir que Guatemala y el mundo entero, se encuentran perpetuamente inmersos en una trama compuesta por diversos acontecimientos, interconectados de una u otra manera.
Autores y protagonistas de la trama no son lo mismo. Los autores la escogen y dirigen. Los segundos, usualmente son los héroes, los villanos y las víctimas de moda. Son las personas que hacen noticia. Los medios de comunicación vendrían siendo los narradores a través de las noticias que publican o silencian (y el enfoque que les dan). Los lectores seríamos quienes vivimos y nos afectamos por dichos acontecimientos.
Algunas escenas (que preocupan) de esa trama nacional son: la objetividad en la lucha contra la corrupción; los límites de la intervención extranjera; el pleito ideológico; las adversidades de la empresarialidad; la incapacidad de gobernar; la dicotomía en el discurso de defensa de los derechos humanos; el tsunami económico que se avecina; la impuesta agenda legislativa con poca discusión y depuración de errores; los abusos y manipulación de la libertad sindical; los paros y bloqueos de la vía pública; las amenazas y comisión de delitos “in fraganti” de varios grupos de presión; el control del Congreso.
Pero Guatemala no es la excepción y basta ver hacia otras latitudes, para darnos cuenta del fiasco, los problemas, las guerras, el descaro y el cinismo, en los que se encuentran países enteros, por culpa de gente corrupta, que ha manejado abusivamente el poder a través de la política, la diplomacia, la economía y la ley.
¿Qué podemos pensar de un Nicolás Maduro, defendiendo al estilo Dr. Frankenstein el experimento fallido de una Venezuela que llora sangre? ¿Qué debemos suponer de la OEA y una ONU, que brillan por su ausencia en semejante violación de todos los derechos humanos habidos y por haber en ese país? Independientemente si un detenido es culpable o inocente, ¿Cómo esperan que entendamos y justifiquemos la manera abusiva y mediática en que se dieron las órdenes de captura en contra de las exautoridades salvadoreñas en días pasados? ¿Cómo debemos interpretar la orden de cateo en la que perdió la vida el exministro de Finanzas Públicas?
Que tal el nivel de descaro de la candidata demócrata en EE. UU. y miembros cercanos de su equipo, al haber mentido a las autoridades, respecto de las comunicaciones que se sostuvieron al margen de la ley y en temas de seguridad nacional.
La semana pasada, esa organización que se disfraza de “Robin Hood” pero recibe financiamiento internacional “anormal” y obtiene recursos “anormalmente” por la venta de energía eléctrica que no le pertenece, libró un comunicado por escrito. En las primeras ocho líneas del comunicado se intuía e incurría en: apología del delito, atentado en contra de exfuncionarios públicos, atentado en contra de la independencia y funcionamiento de los poderes del Estado, alteración del orden público e intento de sedición.
La semana pasada, también se convocó a un paro nacional del “Transporte Pesado”, con ocasión de la normativa que les impide circular a determinadas horas. Mientras la crisis nacional continúa, el gobierno es incapaz de resolver el conflicto. Las actitudes delictivas empezaron a hacerse notar y, en audios que ya circulan en medios de comunicación, supuestos voceros de los afectados, amenazaron con tirar piedras y hasta balas, a cualquier colega transportista que «no se una en su lucha”. De hecho, el orden público se perdió y ya hubo víctimas y daños patrimoniales. Las pérdidas de empleos, productos perecederos y el mercado nacional están colapsando.
Nuevamente, somos testigos de los efectos que provocan la falta de presencia del Estado, la cultura de incumplimiento de la ley y la sumisión por miedo, frente a aquellos que griten más fuerte, sin importar que actúen indebidamente.
Pareciera que la política mundial es una especie de caballo desbocado, en buena parte, manejada por jinetes que se creen iluminados, pretendiendo redefinir la ciencia política. Al decir redefiniendo, quiero decir, manipulando antojadizamente el rol del Estado, la soberanía y el poder público con intromisiones de toda clase.
Hay naciones y gobernantes que se arrogan la facultad de redefinir la naturaleza del ser humano e incluso desafían con soberbia las leyes del mercado. Los políticos tiránicos no entienden que el Estado se organiza para proteger los derechos de las personas. Estos ingratos invierten los papeles, dizque en beneficio del “nuevo orden mundial”: sacrifican las garantías de las personas y pretenden que estas actúen a la buena merced de los gobernantes.







