Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Guatemala se encuentra en una encrucijada importante porque si bien es cierto que los golpes que propinaron la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala y el Ministerio Público evidenciaron que vivimos en un sistema podrido por la corrupción, logrando con alguna (no mucha) presión popular que los responsables del anterior gobierno renunciaran y terminaran en la cárcel enfrentando un proceso, en realidad no logramos más que sacudir ligeramente a los grandes poderes ocultos que se han ido reacomodando fácilmente, parapetados en las instituciones nacionales porque el sagrado principio del respeto a la institucionalidad funciona perfectamente para darles la necesaria cobertura mientras logran consolidar nuevamente su posición.
Los guatemaltecos tenemos muchas virtudes, pero nos cuesta mucho alcanzar grandes acuerdos porque no tenemos clara una visión de país ni noción de Estado, lo que hace que andemos dispersos cada quien con sus particulares ideas, ideítas o ideotas, pero sin concretar un esfuerzo común para establecer un régimen de absoluto imperio de la ley en el que todos seamos iguales y todos tengamos que responder por nuestros actos.
Nuestra dificultad para entender lo que está pasando y para encontrar esos puntos de acuerdo es aprovechada fácilmente por los poderes fácticos que han avanzado enormemente en los últimos doce meses. Primero lograron copar el poder Ejecutivo rodeando a un gobernante sin preparación ni capacidad al que le tocó un loteriazo en plena crisis, primero neutralizando cualquier clamor por cambio de sistema y luego cayendo en las mismas de siempre. El segundo acto lo propiciaron en la Corte Suprema de Justicia donde con todo descaro, las fuerzas más oscuras desafiaron a la ciudadanía (que no respondió al desafío) eligiendo a la candidata propuesta por la magistrada más cuestionada del grupo. Y el tercer acto está a punto de concretarse con los pactos promovidos desde Casa Presidencial para aglutinar a un Congreso cuyo compromiso será destruir los esfuerzos que se hacen para luchar contra la impunidad.
Muchos dijeron que Guatemala había tocado fondo cuando se destapó el escándalo de corrupción en el Partido Patriota pero, por lo visto, nuestro país es un verdadero barril sin fondo porque no hay modo de que lleguemos a tocarlo. Cada día nos hundimos más y no hay expectativa ni posibilidad de articular un modelo distinto. Y ello es resultado de que los malos, siendo menos, actúan coordinadamente, se afanan por reacomodarse y mejorar sus prácticas para desvanecer el riesgo de otros golpes del MP y la CICIG, mientras que los ciudadanos “buenos” se ocupan de su día a día, sin pensar en el futuro suyo y de sus hijos, dejando que todo ocurra como si el país no estuviera en juego.
Insisto en que en este momento debemos dejar a un lado diferencias ideológicas y temáticas para concentrarnos en un gran acuerdo que renueve institucionalmente al país, partiendo de su clase política, para construir un orden distinto en el que implementemos instrumentos para combatir la corrupción y la impunidad. Tarde o temprano esos vicios nos van a destruir y nuestros descendientes pagarán la consecuencia de nuestra indiferencia ante lo obvio, lo evidente, que es ese reacomodo perverso de las fuerzas del mal.