En enero, con la toma de posesión de los nuevos miembros del Ejecutivo y la integración de la nueva legislatura, muchos pensaron que las cosas podían cambiar. Incluso, los primeros golpes que se dieron en el Congreso invitaron a la ciudadanía a creer que podría haber un cambio de importancia.

Hay que comentar también que una buena parte del espacio que ganó Mario Taracena fue debido a que en el campo político no tenía quién le disputara su posicionamiento porque el presidente Jimmy Morales estaba muy ocupado en querer verse “respetable” y su Gabinete tratando de agarrar el ritmo de las prácticas que se realizan en las carteras del Ejecutivo.

Lo que tenemos que aceptar es que el objetivo de Taracena, planteado con mucha claridad en el audio que publicamos ayer, casi se ha logrado a la perfección porque permitió que las investigaciones se centraran contra sus enemigos políticos mientras él, incluso, llegó a competirle el liderazgo a la vieja política a lo interno de su partido.

Pero nos queda claro que Taracena es el ejemplo de lo que de verdad pasa en Guatemala. Es decir, nada. Porque lo que se han modificado son las formas, pero no los fondos y quienes han aprendido durante décadas a ser los que operan los organismos del Estado para su propio beneficio han colocado a personas que les garantizarán que aquellos cambios traumáticos que estábamos viviendo ya no puedan ser posibles.

No hay otra explicación por la que tengamos en el mismo momento de Presidente a un individuo cuyo hijo y hermano son investigados por corrupción; a una mujer que le manifiesta simpatía y apoyo a quien se involucra en ilícitos, pero que además es el títere de Blanca Stalling para manejar la impunidad desde la CSJ; y finalmente el dilema de si Mario Taracena u Oliverio García Rodas encabezan el Congreso en un año crucial para el país.

El principal problema que nos toca aceptar es que como sociedad somos fácilmente dominados por estas prácticas de la marrullería política en los que parece que enfrente de todos y con el máximo descaro secuestran institucionalmente el Estado.

Si quienes con toda la pasión posible salieron a las plazas a pedir la renuncia de Otto Pérez y Baldetti analizarán con detenimiento el escenario con el que estamos viviendo, lo más normal sería que un pueblo se volviera a organizar para protestar, con más malestar, por la burla de los políticos.

Pero como Guatemala es tan tolerante y hasta cómplice, una muestra tan contundente de que nada ha cambiado no servirá para sacudirnos como sociedad ni obligar a reformar el sistema.

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