Raúl Molina

No fue sorpresa que el Premio Nobel de la Paz 2016 le fuese otorgado al presidente Manuel Santos de Colombia, por haber alcanzado el Acuerdo de Paz con las FARC; no obstante, fue una mala sorpresa que no se le otorgara también a la guerrilla colombiana, por ser esa la tradición cuando se premian los esfuerzos por la paz de ambas partes en un conflicto. Nadie hubiese pensado jamás en este premio para Henry Kissinger, el artífice de muchas guerras, incluidas las “guerras sucias” en América Latina, salvo que era la contraparte del valeroso pueblo vietnamita. Es cierto que el Comité Nobel ha acertado muchas veces, como con Rigoberta Menchú en 1992, a cinco siglos de la invasión europea a América y cuando la paz en Guatemala necesitaba todo el apoyo internacional; pero también se ha equivocado. Fue injusto al otorgar el Premio en 1987 solamente a Óscar Arias, por el Acuerdo de Esquipulas II, cuando igual papel jugaron Vinicio Cerezo y Daniel Ortega. Y fue ingenuo otorgárselo a Obama al iniciar su período presidencial, como la historia ha demostrado, al continuar con las múltiples guerras del imperio y su injerencia en otros países. El Premio, ahora, no solamente viene a darle un espaldarazo a Santos, sino que socava, intencionadamente o no, a las FARC. Recordemos que en el fratricidio colombiano las masacres y muertes a manos de las fuerzas armadas y los paramilitares sobrepasan por mucho las acciones guerrilleras.

Se lamenta que el Premio Nobel ya lo ha utilizado Santos de manera interesada y no justa. Decidió ir a Bojayá, donde se acusa a las FARC de una masacre, en lugar de hacerse presente en las múltiples comunidades que han sido asoladas por el ejército y los paramilitares. Allí, con gran propaganda, ha donado el dinero del Premio a las víctimas del conflicto, sabiendo que eso no es nada ni frente a sus ingresos personales ni a las necesidades de cientos de miles. Como consecuencia de haberse perdido el referendo, el expresidente Uribe, que siempre abogó por el exterminio de las FARC, hace una propuesta para cambiar el Acuerdo de Paz, con la intención de despojar a la guerrilla de lo negociado a lo largo de varios años. ¿Se trató de una trampa para desactivar a la guerrilla y obligarla a “rendirse” ante las fuerzas oficiales? ¿Fue el Premio Nobel parte de una trama política para rechazar el Acuerdo de Paz y obligar a cambiar sus disposiciones? No puedo afirmar que el Acuerdo sea altamente positivo, ya que no lo conozco a fondo, y sé poco de las circunstancias que llevaron a su firma; pero con la experiencia de otros procesos, lo que se firma por parte del Estado y las fuerzas revolucionarias es irrevocable. Es la primera vez que un acuerdo de paz tiene que ser llevado a un referendo, lo cual fue un craso error; no obstante, las disposiciones del mismo, de haber voluntad política, se pueden implementar bajo la legislación ordinaria. Esa es la vía para Colombia y no intentar una revisión de lo acordado para satisfacer a la extrema derecha. Tratar de forzar la revisión sumiría al país, probablemente, en un período de 50 años más de feroz guerra interna.

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