Estuardo Gamalero
“El precio de la educación solo se paga una vez. El precio de la ignorancia se paga toda la vida”. Autor desconocido
En las últimas semanas he tenido la oportunidad de reflexionar respecto de la importancia de “la educación” como factor de desarrollo humano, y los efectos nefastos que la falta de esta provoca en una sociedad, los cuales se reflejan en toda la nación.
Cuando me refiero a efectos nefastos, no solamente implico la falta de conocimientos en algún tema, sino a la incapacidad de la persona de poder evaluar situaciones, medir riesgos, adoptar una decisión, establecer rutas de acción y por supuesto, comprender la magnitud de sus actos u omisiones.
El precio de la ignorancia lo pagamos por abonos y a perpetuidad, ya sea en subdesarrollo, resentimiento social, populismo, violencia, malinchismo, noticias amarillistas que se venden como información manipulada adentro de un show e incluso leyes que tienen un título bonito, pero un pésimo contenido.
La falta de educación puede sobresalir en un segmento determinado de la población, pero la ignorancia es una enfermedad que no discrimina a ricos y pobres, gobernantes y civiles, indígenas y ladinos, extranjeros y nacionales.
Todos estamos familiarizados con los resultados que muestran algunos estudios, diagnósticos e incluso noticias, que abordan la importancia de la educación en los niños y posteriormente en los adultos.
La falta de educación genera incapacidades de diversa índole. Las personas no logran adaptarse al medio en el que se desenvuelven. Las personas no desarrollan las aptitudes necesarias para enfrentar problemas y abordar los cambios y retos del futuro.
La ignorancia, sino es la madre, por lo menos es la madrina de todos los males. Pero la educación no se limita a la función académica de enseñar conocimientos generales que se imparten en las aulas. Hay una educación superior que antecede y se encuentra por encima de la académica, me refiero a la enseñanza que se brinda con ejemplos en cuestiones de principios y valores. Esta corresponde en primera instancia al núcleo familiar.
Nuestra Constitución Política recoge en el artículo 20, que: “Los menores de edad que transgredan la ley son inimputables. Su tratamiento debe estar orientado hacia una educación integral propia para la niñez y la juventud”.
El artículo 51 garantiza que el Estado protegerá la educación para los menores de edad. Y, del artículo 71 al 81, la Constitución, en una sección entera, establece que la educación es un derecho, cuáles son sus fines, la tutela por parte del Estado, las libertades que encierra y por supuesto, que la misma constituye una obligación del Estado, que debe brindarse en forma gratuita para todos los habitantes.
Pero el objeto de esta columna, no es discutir sobre la incapacidad del Estado para honrar sus obligaciones. Tampoco si estamos de acuerdo con el contenido de los artículos o sus efectos económicos, sino más bien, invitarlos a que reflexionemos sobre los evidentes estragos sociales que la carencia de formación de principios y valores, aunados a la falta de educación provocan en el país.
El problema de la ignorancia es que tiende a fomentar una explicación inválida, que probablemente llega a convertirse en paradigma, la cual fácilmente se repite como verdad y luego las personas mediocres la utilizan como una justificación; básicamente consiste en victimizarse y atribuir la causa de los problemas a la culpa de alguien más.
La falta de educación y la carencia de principios y valores en una sociedad repercuten en altos niveles de tolerancia ante el incumplimiento de la ley, sin importar quien la cometa. La ignorancia también provoca espejismos.
Ciertamente no podemos concluir en el sentido que la falta de educación es el factor determinante de todos los problemas que generalmente padece la sociedad y adolecen las naciones.
Pero sin lugar a dudas, sí podemos concluir que una buena educación y una buena formación en principios y valores, constituyen el común denominador, en la buena adaptación de la persona a la sociedad y los frutos que ella provea.
¿Qué clase de formación puede tener un niño, que en su casa vive en un ambiente de violencia, y compliquemos aún más las cosas, de total pobreza?
¿Qué conocimientos está adquiriendo una juventud cuyos maestros pasan casi el 50% del ciclo educativo en huelgas, manifestaciones o en otras actividades que no tienen nada que ver con impartir clases y cumplir con su rol de maestros?
La respuesta a ambas preguntas tiene connotaciones que abarcan desde la inclusión laboral de la persona al mundo económico, el desenvolvimiento dentro de la sociedad, su actitud de nacionalismo hasta sus conocimientos y cultura democrática.
Aunque usted no lo crea, incluso el desenvolvimiento en equipo, los resultados deportivos y la aspiración de trascender en la vida, tienen que ver con la educación y la formación de la sana actitud de la persona.