Juan Jacobo Muñoz Lemus

Solía decirse que el trauma del nacimiento es el nacimiento del trauma. Nadie sabe cómo vivir, tal vez lo correcto sea correr el riesgo de equivocarse y sufrir eternamente. Ser cada vez más uno y menos los otros; sin tanta atención a la opinión ajena.

Al que actúa sin razón, es difícil hacerle entrar en razón. ¿Por qué somos como somos? Cosas obvias surgen, como que el requisito para el amor es haber sido amado en la niñez, para no vivir con complejos y como maldecido. ¿Quién puede decir que no lo marcan a uno sus ancestros? Queremos reivindicarlos, hacer lo que no hicieron, parecernos a ellos, o ser diferentes. Determinismo, condicionamiento, profecía que cumplir, destino; así de peliculero es el inconsciente.

Procuramos ser intelectuales y hasta frívolos; pero al final el sentimiento nos alcanza, sin importar lo cínicos que seamos. Somos gente mala, que hace daño y disfruta haciéndolo. También somos cándidos y torpes; o desvergonzados. Sea como sea, sufrimos y hacemos sufrir, con un egoísmo tal que nos impide vincularnos amorosamente. Es la ley de la selva, animal y de supervivencia, donde el pez grande se come al chico.

En el sufrimiento a los presumidos les va peor, es una paradoja, porque el fracaso funciona como una crítica a la omnipotencia y confronta con la impotencia. Así, el egocentrismo, con el agotamiento que provoca, acuña la frase: “no encuentro sentido a mi vida”.

Decía Voltaire que Dios es un comediante ante un público temeroso de reír. Y es que el sarcasmo y la ironía son eternos. La consecuencia de esto sería no esperar tanto, tomando en cuenta que nada es como se piensa; para eso habría que dejar de ser víctimas de nuestra propia importancia, pero la atención al propio yo es demasiada.

Las expectativas son fuente de dolor. En lugar de querer a los demás por lo que se les puede querer, preferimos no quererlos por no ser lo que queremos. Los conflictos, son poco profundos y muy inmediatos, tanto que hacen que todo termine en terminar. Cualquier conflicto es conveniente para culparlo de todo. Nadie reparara, todo es desechable. El amor para serlo, debe pasar todas sus pruebas y no le damos tiempo.

Creemos ser originales, pero los complejos inconscientes, o sea el guion arquetípico, nos juegan la vuelta. Lo único que se puede intentar es conocerse. Pero nadie nos educa para eso, sino para llenar expectativas. Ceñidos a estereotipos intentamos parecernos a alguna secuencia original, tal vez para que clon y clown suenen parecido.

Algunos para cuidarse recurren a lo absoluto, protestando porque la relatividad se infiltró hasta en la moral atacando al alma humana. Pero no se infiltró, le pertenece. El alma es infinita y no admite totalitarismos. Es mejor intentar ser en cada cosa, con cada cosa, a pesar de cada cosa y sin importar que cosa.

Con el idealismo venido a menos, es difícil no corromperse. De ahí que de manera paradójica, muchas veces, la forma de reaccionar ante los eventos de la vida sea una forma de no reaccionar. La ira parece ser un buen ejemplo; no conduce a nada, pero nos hace sentir en acción.

¿Y si el sentido de la vida fuera saborearse y volar? Guiarse por principios humanistas que rompan el egocentrismo, hasta ser invisibles, anónimos y no morder más de lo que podemos masticar.

En fin, como dijo el maestro Zen, ya veremos.

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