Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Nuestros mejores amigos en Estados Unidos son una pareja originaria de Nueva Jersey que reside en Florida desde hace varios años y con quienes nos vemos con frecuencia. Se trata de una amistad muy especial porque no coincidimos en afición por los mismos equipos, no practicamos los mismos deportes, pertenecemos a distintas religiones y tenemos visiones políticas diametralmente opuestas, todo lo cual no impide que hablemos de todo ello y que respetemos nuestros puntos de vista, gozando de esa diversidad de ideas que, creemos los cuatro, nos termina enriqueciendo porque no nos encasillamos a escuchar únicamente lo que nos agrada ni lo que complace nuestro punto de vista.

Skip y Joyce trabajaron mucho para llegar a donde están y disfrutan su vida en Florida, de donde escapan cada poco tiempo para embarcarse en cruceros que los han llevado alrededor del mundo. Él trabajó en un tiempo con Donald Trump a cargo de la logística en carreras de lanchas de alta velocidad y, por supuesto, es un fiel seguidor del empresario neoyorkino con quien no solo comparte la afinidad por aquellas competencias, sino también la misma visión política al sostener que lo peor que le pudo haber pasado a Estados Unidos es que Obama llegara a la Presidencia porque, a su juicio, la actual división que hay en el país y el resurgimiento del racismo que se puede apreciar es culpa del actual Presidente.

El caso es que esta semana nos juntamos para cenar luego del debate entre Clinton y Trump y, por supuesto, el tema central fue nuestro propio y más ameno debate sobre lo que había ocurrido y cómo lo habíamos visto cada uno de nosotros. Skip tiene la autoridad de ser ciudadano norteamericano con derecho a voto y, por supuesto, yo soy un simple observador. María Mercedes, en cambio, puede platicar más a sus anchas con Joyce porque, aunque apoyan a diferente candidato, ambas emitirán sufragio en noviembre y tienen pleno derecho a opinar y expresar sus diferencias.

Pero lo que llama la atención es que, tras hora y media de debate y mucho análisis en los distintos medios de comunicación, es evidente que cada quien vio la confrontación entre Trump y Clinton desde su propia perspectiva y con ojos muy diferentes. Para ellos, el magnate que es ahora candidato republicano fue un modelo de político al que, si acaso, se le puede criticar que no aprovechó todos los momentos que tuvo para acabar de una vez por todas a la candidata del partido demócrata. Nosotros, en cambio, vimos a una Clinton más preparada, más competente desde el punto de vista del temperamento necesario para dirigir a una potencia, pero obviamente no nos pusimos de acuerdo con nuestros amigos.

En otras palabras, piensa uno en la futilidad de esos debates cuando lo que está en juego no son ideas ni planteamientos porque la pasión rebasó por completo la lógica y el raciocinio. Para nosotros es impensable que pueda haber gente inteligente que apoye a Trump y para ellos no puede haberla que apoye a Clinton. Nosotros creemos tener la razón y ellos están convencidos de lo contrario, pero nos paramos riendo al ver que nuestro irreconciliable desencuentro nos hizo pasar un muy buen rato.

Artículo anteriorJusticia post Paz
Artículo siguienteUn negocio que asusta