René Leiva

En el inicio de su búsqueda de una abstracción con nombre propio, la mujer desconocida, no pasa del todo inadvertida a don José que a lo largo de su aventura endógena construirá los elusivos andamios de un vislumbrado fracaso… sin perder en la tentativa inacabada, cómo podría, su demasiada humana condición; en todo caso, una demasía humana que nunca rebalsa. ¿Quién comienza una pretendida aventura con la semilla de una cierta e incierta frustración en los bolsillos? Sí, quien en la sociedad consumidora de fama -que no celebridad- es poco menos que nadie, quien prefiere ceder paso a la ansiedad en sacrificio de la razón. Pues cuándo la ansiedad ha ostentado por allí, así sea entre las sombras del anonimato, la sospechosa insignia del heroísmo.

El nada caballeresco don José, antípoda del caballero andante, por eso mismo sombrío epígono de don Quijote, ni por asomo idealiza a la inencontrable desconocida, aparte de los castillos mentales erigidos por imitación repetitiva, dominios del inconsciente colectivo, comunes en casi toda la denominada cultura occidental, incluso los menos previsibles contextos.

¿Hay enamoramiento en don José, enigmática seducción de apenas un nombre? Cuántos amores (inevitable plural), monódicos, sin acompañamiento, sin público, sin testigos, sin confidentes, sin espejos, sin un eco apagado y remoto.

¿Es la aventura una suerte de matriz para la inseminación artificial a fin de engendrar, entre protagonista y sociedad, un ser -real o ficticio- inédito, un virtual precursor de tentativas circulares cuyo final se inserta en el principio?

Y es de considerar que don José puede vivir su aventura endógena, su búsqueda de lo desconocido (a un paso de distancia), absorto. ¿No es el absorto un sorbedor de auroras, de ortos o salidas del Sol? ¿Sigue inédita la inconclusa aventura de conocerse a sí mismo? ¿No es cierto que a mayores y mejores descubrimientos el humano se aleja más de su humanidad, de su diluida y adulterada esencia, esa incógnita de tantas envolturas?

Infringir, así sea en lo íntimo, la rutina de la mirada, de los gestos, los tics, los pensamientos pre-redigeridos…

La abundante materia prima de una cantidad ingente de aventuras vivibles a voluntad… pero ninguna llega a iniciarse, aparte de la existencia servida… Ni siquiera en el mayor ámbito de la imaginación o de los sueños… Cuánto desperdicio de potenciales peripecias en el todavía virgen territorio de lo raro.

En la legítima aventura no se lleva mapa ni brújula ni artificios tecnológicos… ¿Ni hilo de Ariadna, don José? Por donde nadie ha pasado, donde no existen mojones ni señales de tránsito… Solo horizonte… Ese horizonte siempre equidistante entre el principio y el fin; que, dicho está, se aleja a medida que se avanza hacia él, bendito sea.

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