Alfonso Mata

El Gobierno actual es hijo del azar. Vino con muchas deformaciones y contra todo pronóstico, y es necesario para apreciar su situación actual, entender su aparecimiento a la luz de la historia.

La situación actual es producto de lo que los últimos gobiernos han provocado: una convulsión completa, caótica y catastrófica, que ha desajustado a toda la sociedad, dejándola en una confrontación que cada día crece más entre todos sus grupos y llevándola a una pandemia de violencia más letal que cualquier enfermedad, sin que haya habido forma de ponerle fin, ni siquiera por agotamiento. El problema es de poderes, los poderosos no han entendido que no es posible un gobierno para todos, sin repartir poderes. Aunque existan acuerdos extraoficiales o entre poderes, en ellos impera la anarquía que significa confusión y desorden con un solo corolario, hacerse el menos daño posible. Hasta hace unos años, parecía que nadie intervenía en los asuntos de nadie, pero sucedió, se desató la violencia debido a intereses que defender, rompiéndose las relaciones de amistad y cooperación establecidas para que no estallara la bomba y el principio de no intervención dentro de los grupos de poder se violó, estallando la lucha y he ahí el problema, los poderes perdieron equilibrio.

Esas relaciones de poder entre pocos, y es lo que no queremos entender o comprender, solo se pueden dar dentro de una figura política que en gran medida es la que rige y aplica a favor de esos poderes; los demás, somos unidades sin poder, actuando a veces reactivamente (como cuando manifestamos) sin autoridad ni recursos. Esas estrategias entre los poderes, afecta en cómo los grupos nos relacionamos, tal y como sucede en una democracia, donde el individuo es la unidad teórica; solo que en nuestro caso, unos individuos son más iguales que otros y estos delimitan espacios y establecen fronteras, apropiándose de la soberanía.

En Guatemala el problema de fronteras entre poderes no estalló el año pasado, sino hace varios. Interferencias entre ellos y ambiciones a medida que se incrementaba su poder, provocó el surgimiento de desavenencias y pérdidas, se dieron fricciones que pusieron en peligro no solo a los poderosos sino a todos, y eso fue lo que disparó un actuar unísono contra el «estado transgresor». Los controles internacionales se dispararon también y muchas de las partes que estaban perdiendo terreno y que no se habían saltado las trancas, se pusieron de acuerdo con ellos. Así comenzó una serie de acontecimientos, denuncias e intervenciones, y es el resultado de eso, de que estamos siendo testigos. Estamos siendo testigos de nuevas reglas que reequilibrarán las intervenciones entre poderes, dejando al núcleo de la soberanía, que en nada se ha beneficiado, solo y de espectador. Es evidente que a la fecha, las intervenciones populares no interfieren ni interactúan con lo que ocurre al interior de las fronteras de las fuerzas de poder.

¿Qué es entonces lo que observamos? Sencillo, garantizar la máxima seguridad contra la voracidad desproporcionada, contra la propagación del latrocinio a niveles descontrolados y sin participación, y eso a través de una actividad que solo cubre aspectos de interés de los grandes poderes. La idea es que no se dañen las fuerzas de poder entre sí, ni se avoracen. Reducir la posibilidad que se dañen, es una manera de lubricar el establishment.

Pero siempre hay una piedra en el zapato, a pesar de que la acción se ha centrado en el Estado, los actores internacionales no han permanecido ausentes en el mundo de los sucesos políticos que están acaeciendo, tampoco su papel ha sido pasivo y han tenido y crecido su influencia de tal forma que los hemos visto entrar en escena, restando «influencia» a los grupos de poder, con lo que se consolida en parte la soberanía. Eso no quiere decir que las fuerzas de poder tradicionales se hayan debilitado, pero el escenario se vuelve más incómodo y apretado para el Gobierno, al mismo tiempo un nuevo tipo de actor viene surgiendo: «El ciudadano». El despertar de este es interesante, viene creando nuevas organizaciones y subculturas, que crecen a través de Internet, ocupadas y deseosas de intervenir, oponerse, apoyar, y empieza a surgir una nueva forma de cómo ver la justicia y soberanía, tal vez mejor entendida que antes y el interés nacional se amplía. El espacio está abierto.

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