Isabel Pinillos
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Cincuenta y nueve segundos fatales destruyeron el hogar de la hormiga; el trabajo de toda su vida fue sacudido por el terremoto. Sin pensarlo, camina hacia donde van las demás. Desde la distancia, se pierde entre millones más, que corren por direcciones opuestas sin parar. En su trayecto, soporta el hambre, largas distancias sin agua ni comida y su cuerpo resiste con fuerza las tribulaciones herculianas que vienen. A los días se le unen otras viajeras debido a un objetivo común: buscar trabajo para sobrevivir. Al acercarse al bosque frondoso que ha escogido como Santuario, observa un gigantesco embudo que forman miles de hormigas que van pasando una a una a cuentagotas. Ha llegado hasta aquí. La paciencia es su consejera: esperará su turno porque así lo ha decidido.

«Son como hormigas huyendo del fuego», dijo el Padre Juan Luis Carvajal sobre la movilidad humana que hoy atraviesa el corredor del Triángulo Norte hacia Estados Unidos. En entrevista con Emisoras Unidas, Carvajal, Secretario de la Pastoral de Movilidad Humana indicó que son alrededor de 2 mil personas que se identifican como africanas en los albergues situados en la frontera de México con Estados Unidos, pero que en realidad el 90% de éstos provienen de Haití. Decir que son africanos sirve para disuadir a las autoridades mexicanas de querer deportarlos a su país de origen.

Pero ¿cómo explicarse esta reciente oleada de haitianos en la ruta migratoria? Carvajal señala que los antecedentes que los ponen en movimiento comenzaron con el terremoto que devastó a la isla en 2010 causando una crisis humanitaria, y luego una migratoria cuando República Dominicana dejó de recibir a refugiados. Entonces emprendieron hacia Sudamérica, principalmente hacia Brasil, pero la crisis financiera y política reciente en ese país los ha vuelto a expulsar. Esta vez buscan ir hacia Estados Unidos. El salvoconducto se lo dan todos los países del Istmo, a excepción de Nicaragua en donde deben pagar Coyotes para transitar por puntos ciegos, pero peligrosos. Al llegar a México tienen veinte días para llegar a salvo hasta el refugio en la frontera, en donde esperan la cola para ser uno de los 50 afortunados diarios que piden asilo político.

Cuando pienso en estos movimientos desde la perspectiva, sólo veo hormigas confundidas, resilientes, luchadoras en este universo caótico que nuestra especie ha creado. La realidad se convierte en un absurdo incomprensible. Las alianzas entre los países, lejos de luchar por el bienestar de sus habitantes están para acordar políticas de militarización y criminalización de la movilidad. El diario The Guardian reporta que para evitar dichas medidas las hormigas ahora se ven obligadas a lanzarse al mar, para realizar la ruta marítima a través del Pacífico. Las trampas, muros y despligue de tropas armadas no detienen la migración; sólo hacen el recorrido cada vez más arriesgado. Las reglas para entrar al Santuario no aplican para todas por igual pues dependen de factores externos, como el lugar de nacimiento, o coyuntura política. Es fácil hacerse de la vista gorda de la protección de sus derechos fundamentales, simplemente porque no hay un Estado que vele por los ausentes. La indocumentación los vuelve invisibles en países que en aras de la «seguridad nacional» no tienen ningún empacho en aplastarlas pues sus cuerpos son enterrados en el deplorable estatus del anonimato.

Es que señores, ¿acaso importa desde la estratósfera el color de nuestra piel, el pasaporte que portamos, o de qué parte del globo provenimos? Es que en este mundo de locos, se ha visto que vale más preservar una línea imaginaria ¡que a un ser humano de carne y huesos!

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