Juan Jacobo Muñoz Lemus

No era que fuera Gregorio Samsa, despertando de una mala noche convertido en un insecto; pero casi. Al despertar cada día, tenía la sensación de saber un poquito menos. Era como ir reduciéndose a nada, un destino. Cada día era un día menos de vida, y si en algo ganaba, más que en conocimiento, era en sentimientos y experiencias.

A lo largo de su vida había pasado por la credulidad, la pendencia, el revolucionarismo, el ostracismo social, la maquinaria pública y privada, las crisis de identidad y todos los ánimos posibles. Como cualquiera, había sido presa de sí mismo, flanqueado por centinelas implacables de poder, dinero, prestigio, perversión, crimen y sustancias; gobernados todos por alguna ideología disfrazada de filosofía de vida.

Mucho tiempo se sintió mal porque dudaba, y se quejaba y exageraba, pensando en sí mismo y en los demás. Un poco más tranquilo ahora, ha entendido con mejor humildad, que el misticismo, la filosofía y la ciencia, se basan en eso, en la duda. Lo contrario, sería como vivir en un manicomio, donde todos creen tener razón y defienden sus trincheras nimias con la ira y el sadismo que tiene el poder, cuando encuentra alguna oportunidad.

Sabe ahora, que la empatía es la que lo vincula, y con ello, lo que creía su debilidad, se volvió su fortaleza y su salvación.

Lo que más le costó hasta el día de hoy, es tener que lidiar consigo mismo. El temperamento es como nacer con el destino a cuestas. Su medida habitual del éxito se volvió absurda cuando se dio por enterado que el mundo es un muladar insalubre. Ironiza llamándolo un estercolero, donde muchas deposiciones caminan.

-Querete, y que nadie te quite el cariño que te tengás-, le dijo un día a una niña que le preguntó qué hacer para ser feliz. -Tratá de ganar conciencia propia y de darte cuenta de todo, tal vez eso sea lo más cercano a sentirte plena. También le dijo que actuar con buenas intenciones y sin conciencia de los límites de cada cosa, es irresponsable y lleva a hacer lo que a uno le da la gana, que es solo el gusto de la gana y nada más porque se puede.

Está convencido de que nadie es el factor de cambio de nada; que en todo caso solo se alcanza a ser un factor en el universo infinito. ¿Cuántas cosas tienen que reunirse para que algo ocurra?, suele reflexionar en cada caso. Es parte de lo que llama ahora, saber menos cada vez. En un tiempo le peso el descubrimiento de esto, ahora lo siente como un alivio.

Entiende que los niños sean irreflexivos, pero ve entre los mayores a ancianos sabios y a viejos caprichosos; y cavila en que por mucho que se tenga una justificación, la amargura es un pasaporte al berrinche; una forma de pedir evidencias de no ser invisible y de regatear el afecto. Por eso se dice, que la única forma de tener un amor es encontrar a alguien que no lo necesite a uno.

Comprende que había planteado su vida como un paradigma y después de cargar con eso, la sacrificó para cumplirlo. Que como toda persona había querido la luz, pero la que no podía irradiar y buscó cosas que lo alumbraran. Buscó en comidas precocidas, ideologías que enmascararon su pereza, y confundió estar tranquilo con estar bien.

Así es su momento actual, y ahora con mejores modales, sabe que es de mala educación hablar cuando se tiene la boca llena de suposiciones, y que es un gesto de urbanidad guardar silencio la mayoría de las veces.

Ha ganado más estando vivo, de lo que pueda perder cuando muera.

Artículo anteriorConred socializa en departamentos por Estado de Prevención
Artículo siguienteHormigas huyendo del fuego