Juan José Narciso Chúa

Hoy es el Día Internacional de la Paz, motivo y razón importante, en un mundo que cada vez se torna más convulso y difícil de conseguir esa paz social que todos anhelamos, pero que nos resulta esquiva cuando visualizamos que la ausencia del conflicto, como se conceptualizaba la paz hace algunos años, no es suficiente, pues se demanda de mayores hechos y concreciones para avanzar sobre la senda de la tranquilidad y seguridad que la paz puede proveer en una sociedad.

La consecución de la paz se ha convertido sin duda en un propósito esencial en distintas latitudes, pero su obtención ha sido truncada por obstáculos tan serios como el terrorismo en donde destacan los casos recientes de París, Londres, Turquía y los propios Estados Unidos y, ni hablar de los conflictos directos en Siria, Afganistán y otros países, que van dejando un terrible legado de desplazados y refugiados buscando espacios territoriales en donde vivir en paz.

Sin embargo, ello no es óbice para seguir buscando la paz como objetivo último de una sociedad que pretende nada más que tranquilidad en sus entornos más cercanos –familia, casa, trabajo– y seguridad en sus movimientos y desplazamientos, para no ser una cifra más de robos de posesiones personales o, en el peor de los casos, convertirse en una víctima fatal de la violencia cotidiana. El caso de nuestro país, más se inscribe en estos últimos casos, en donde la violencia común es recurrente, pero aquella violencia de mayor calado como la extorsión, el sicariato, el secuestro y el asesinato son expedientes diarios de ocurrencia en nuestro país.

¿Qué ocurrió con nuestra paz?; es difícil analizarlo en un espacio tan reducido como una columna de opinión, pero resulta pertinente describir algunas de las características que la dañaron seriamente y que no nos han permitido ganar como sociedad espacios de convivencia pacífica, tranquilidad cotidiana y paz social en general.

La firma de los Acuerdos de Paz representó un hecho trascendental para nuestro país e igual significó la apertura de expectativas positivas para la convivencia social, pero que poco a poco se fueron diluyendo hasta llevarnos a la actualidad, cuando se cumplen 20 años de dicho acontecimiento, y nos encontramos ante una realidad que nos golpea permanentemente con sus secuelas de intranquilidad, criminalidad, violencia y crimen organizado.

La Paz (con mayúsculas), ciertamente tenía como requisito imprescindible desarmar el conflicto armado interno, pero no era suficiente, si la misma no se convertía en una serie de hechos subsecuentes para generar espacios de interlocución abiertos para abrir el Estado y reconstruir sus instituciones y, principalmente, su gobernanza; ese requisito imprescindible para convertir a las políticas públicas en instrumentos que emergieran del debate y la reflexión intrasocietal, para que efectivamente tuvieran incidencia sobre los distintos problemas del país.

Sin embargo, el propio Gobierno que provocó la firma de la Paz, se convirtió en el que negó su propia construcción y persistió en mantener un modelo equivocado, que ciertamente abría los espacios para la discusión política, pero aseguraba a su vez, un sistema económico que descansaba y todavía se asienta sobre los privilegios tanto fiscales, como en zonas de exclusión como las zonas francas y las maquilas, así como asegura mantener un mercado sesgado en términos de expresiones permanentes de concentración como los oligopolios y los monopolios.

Mientras el sistema político se convertía en un mecanismo que únicamente buscaba asegurar todo lo anterior, para lo cual los partidos políticos jamás se constituyeron como auténticas instituciones u organizaciones interesadas en el bien común de la sociedad, sino se convirtieron en interlocutores de intereses organizados y se beneficiaron del mismo por medio de prebendas y comisiones, pero con el fin último de mantener un sistema que hoy demanda cambios de fondo.

El hecho de instaurar regímenes “electos” cada cuatro años, no asegura nada, sino al contrario afianza el sistema tal como se diseñó hace ya muchos años y se resiste a cambiar, de tal cuenta, los distintos gobiernos son presa fácil de intereses fácticos, así como son eslabones de una cadena que medra del propio sistema y del mismo Estado, tal como se ha demostrado hoy, con incluso personas que se suponía no formaban parte de la vieja clase política, pero sí de los círculos de corrupción cercanos al Estado.

Por ello, hoy en el Día Internacional de la Paz, vale la pena reflexionar sobre el espíritu original de la firma de una Paz, que buscaba un proceso de construcción permanente y no una continua erosión de los cimientos de la misma, como hasta ahora ocurre, de esta cuenta es la única forma de explicarse un absurdo Estado de Prevención con una violación directa a derechos fundamentales como de organización, movilización y la libre expresión. Una pésima decisión, que puede resultar muy cara para un régimen cada vez más deteriorado y deslegitimado.

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