Adolfo Mazariegos

Las lluvias del invierno, este año, trajeron consigo no sólo agua y tempestades (como es de suponer que suceda), sino que también se hicieron acompañar de dificultades y momentos dolorosos para familias guatemaltecas que, tal vez, uno de sus mayores pecados, haya sido simplemente haber estado en el lugar equivocado en un momento incorrecto. La trágica partida del niño Jimmy Vega, que hasta hace pocos días podía decirse que contaba ocho años de edad, y que ha sido despedido con dolor y consternación por una familia que, tristemente, sabe que no lo volverá a ver, ha puesto en evidencia (una vez más, aunque nos resistamos a verlo de esa manera) el cúmulo de materias pendientes que las instituciones del Estado siguen teniendo, y que, a través de años y años ya, siguen demostrando incapacidad y poca voluntad para una satisfactoria solución, una solución a los problemas estructurales y de fondo que a la larga, son los que permiten que se sigan dando situaciones que van terminando de manera prematura y abrupta con la vida y las ilusiones de muchos guatemaltecos. Tal como ha sucedido en este caso. Adicionalmente, ello hace cada vez más patente la dolorosa desigualdad existente en un país de altos contrastes como Guatemala, un hermoso país tan rico en recursos y posibilidades, pero carente de verdaderas políticas públicas orientadas al bien común, carente de verdaderas oportunidades para el crecimiento y el desarrollo de un muy alto porcentaje de ciudadanos que ven, día con día, cómo en lugar de mejorar, van retrocediendo inexorablemente. Sucesos como el que terminaron con la vida de casi una docena de personas, incluido el pequeño niño de la colonia Santa Isabel 2, en Villa Nueva, no es algo nuevo (tristemente), tampoco es un asunto fortuito aunque lo parezca: es algo que sencillamente se da porque nos hemos acostumbrado a aceptar que así son las cosas y es así como va a seguir sucediendo siempre. Pero no es así, no debiera ser así. No obstante, mientras sigan existiendo niños con hambre y padres con pocas o nulas posibilidades de llevar comida a la mesa de sus hijos; mientras sigan existiendo miles de niños sin acceso a una educación de calidad; mientras sigan muriendo infantes en los hospitales por negligencia o por falta de medicamentos y recursos; mientras siga habiendo gente honesta y trabajadora pero temerosa de salir a la calle porque no sabe si regresará a su hogar; mientras sigan existiendo kilómetros y kilómetros de caminos de terracería intransitable; mientras siga habiendo una alta tasa de desempleo… mientras…, mientras todo eso siga siendo lo que predomine, muy difícilmente cambiará para bien el nivel de vida de tanta gente que se ve obligada a vivir en sitios inadecuados y de alto riesgo, como los que han cobrado ya tantas vidas humanas (que no son pocas). Esta no es la primera vez, y mucho me temo que tampoco será la última.

Artículo anteriorVuelve la acción de la Champions League
Artículo siguienteA la caza de héroes entre burócratas