Alfonso Mata

Recientemente y desde distintas posiciones se habla de un Estado fallido ¿una afirmación o una comprobación? La degradación basta y compleja de un sistema estatal y social ha vuelto ingobernable e incontrolable el país por su autoridad central, que carece de un aparato administrativo eficaz y por lo tanto destinado al fracaso y colapso.

Por otro lado, la declinación de la fuerza de las leyes ha dado lugar a relaciones políticas y sociales apoyadas en “derechos especiales y privilegios” que permiten adueñarse de objetos, situaciones y condiciones, que favorecen intereses particulares, creando autoridades que se rodean de poder, construyendo recintos de alianzas entre organismos públicos y privados nacionales y locales, apoyados en compromisos y no en las leyes; de tal forma que se propician relaciones individuales y colectivas basadas en agresiones (conflictos armados) alianzas basadas en amistad e intereses (privilegios) que han generado costumbres sociales (indiferencia, resignación, despreocupación, imitación).

Para muchos frente a esa situación, no queda más que planificar instituciones que en medio de una decadencia que se prolonga, trabajen para mantener con vida y trasmitir acciones e intervenciones para el advenimiento de un nuevo orden; sin embargo, esas intenciones, se ven copadas por un devenir institucional y un poder central imposible de romper y amañado por la ley a consecuencia de la actividad de esos intereses privados que se autodeterminan y consiguen mantener compromisos y equilibrios recíprocos. Son centros fortificados de reunión y de defensa propios.

Inseguridad es una palabra clave, el miedo de un pasado reciente aún impera en la conciencia ciudadana. Muchos guatemaltecos erran por los bosques de lo social y lo político, recubiertos con su armadura de sobrevivencia y no de desarrollo. La pasividad de los movimientos populares a la fecha, tiene que ver no solo con la impotencia sino con la problemática de, cómo organizar conocimientos y acciones, de cómo comprometer a ese hombre inseguro, de cómo impedir que se siga corrompiendo funcionarios y que los puestos sean utilizados con fines particulares. Pero a la par de lo anterior, se vuelve necesario liberar los conceptos de política y políticos, del aura negativa de actuaciones pasadas y presentes.

Dos momentos muy distintos definen el actuar actual: 36 años de conflictos armados a las claras, que marcaron a una generación perdedora, que solo supo sacar de esa época de crisis y decadencia, pueblos inmersos en violencia que aún persiste, producto de un choque de clases y que ha generado una cultura de “sálvese quien pueda”. El otro momento es el de la democracia, encausada por un hacer lleno de mandatos que favorecieron solo a algunos y no es casualidad, que haya surgido una cultura de codazos, en que lo importante es adueñarse sin importar en ello ni ideologías ni medios para lograrlo. Esos dos momentos que se superponen, se dan actualmente enormemente acelerados en todos los campos: económico, financiero, cultural, político y sostenidos por algo nuevo como la globalización, sin haber resuelto aún a nivel nacional, el conflicto entre grupos, que se encuentran en etapas distintas de desarrollo.

¿Qué hace falta entonces para construir una idea de nación? Ante todo una gran y verdadera paz, un gran poder estatal en alcances (no en tamaño) capaz de unificar oportunidades para todos, de llevar acceso a todos en lo económico, cultural, tecnológico, productivo, lo que implica nuevas costumbres y visiones y en ello juega papel importante, terminar con la violencia de apropiarse que conmueve a unos por codicia y otros por lo que se les ha negado.

En segundo lugar, resolver el colapso institucional que lo que mantiene abierto, es un período de crisis económica, ambiental y social, que se prolonga gracias a la falta de equidad, justicia y calidad con que operan. Esto requiere de un grado suficiente de autonomía y poder, a través de vínculos democráticos entre funcionarios y población, que permita consensos y adhesiones, que eviten extremismos e intereses perversos, que lo que han causado es la rotura y separado necesidades de oferta de soluciones, con lo que han fracturado los vínculos del desarrollo humano y social con lo institucional. La fragmentación, el acercamiento y la contraposición de los grupos y las instituciones que aún persiste –el análisis de una sociedad desquebrajada– demanda de una nueva interpretación y accionar Estado-sociedad.

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