Jorge Mario Andrino Grotewold
@jmag2010

Desde el año 1999, la Organización de Naciones Unidas acordó celebrar cada 12 de agosto como el Día Internacional de la Juventud, haciendo hincapié de la importancia que tienen aquellas personas que representan un balance inicial de su vida, y que si bien no alcanzan la madurez entera de un adulto, la energía, dinamismo y alegría que regularmente caracterizan a los jóvenes, permiten que Estados y sociedades cuenten con una esperanza por un mejor futuro.

Este 2016, la ONU ha establecido una etapa futurista para los jóvenes, denominando sus distintas actividades como “El camino hacia 2030: erradicar la pobreza y lograr el consumo y la producción sostenibles”, dando a comprender algo que ha sido un paradigma lógico para la juventud, el hecho que su aporte, pensamiento y acción corresponde para los años venideros, y no tanto para contribuir al presente. Este ha sido un cambio a los últimos cuatro años en donde la misma ONU ha generado espacios de prospectiva si, especialmente para quienes cuentan con poblaciones de edad joven, pero constituye cambio porque en las pasadas celebraciones, se han promovido congresos, investigaciones y acciones destinadas al presente, ante la necesidad que el mundo entero tiene de un relevo generacional que promueva cambios en el hoy, y no sólo para el mañana. (Participación Cívica-2015-; Salud mental -2014-; Migrantes -2013-; y Un mundo mejor -2012).

Desde hace más de cincuenta años se habla de la necesaria importancia que contar con sociedades de relevo para los Estados, y de la obligación de éstos de generar no sólo condiciones económicas y sociales para que puedan preparar su futuro individual, sino también su indispensable aporte al futuro colectivo de los países. Sin embargo, alcanzar una mejora en las condiciones de desarrollo humano empieza por verificar las oportunidades de educación, salud/alimentación, seguridad y en general de una vida en condiciones de dignidad, algo que muchos jóvenes en Guatemala y alrededor del mundo no tienen. Los dos mejores ejemplos de ellos se identifican con las migraciones y con el ingreso a los grupos antisociales conocidos como las maras.

Otros indicadores económicos que desfavorecen a la juventud son también conocidos, como la ausencia de educación técnica o superior; la notoria disminución en los estándares de alimentación; y la discriminación laboral por razones de edad, que hacen difícil el poder superar los riegos identificados como la delincuencia, la pobreza y desigualdad, entre otros.

No podemos exigirles a quienes son considerados jóvenes que hagan un esfuerzo en cambiar perspectivas y condiciones no sólo individuales, sino familiares y nacionales, sin que el Estado hoy les otorgue oportunidades y entornos económicos/sociales favorables para su desarrollo. Sin ello, no sólo es injusto sino imposible lograr metas como salir de la pobreza y lograr un desarrollo humano de forma sostenible, tal y como lo pide la ONU este año.

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