Ayer el presidente Jimmy Morales dijo que no era conveniente que los periodistas y los medios de comunicación mantuvieran la postura de que Guatemala no puede cambiar, porque entonces se vuelven “personas de poca fe y piedras de tropiezo”.

En cuestiones de Estado e independientemente de la fe de cada uno de los ciudadanos, no podemos dejarnos llevar por el entusiasmo espiritual que los dirigentes quieran implantar y menos, bajo estados emocionales absolutamente inestables.

En La Hora estamos seguros que se puede cambiar, pero también estamos seguros que no se quiere. Morales ha dicho que sus grandes logros han sido que el Ministerio de Defensa haga pupitres y repare carreteras; ha afirmado que ha sido un buen gobierno porque consiguió medicinas vencidas donadas por beneficiarios del más asqueroso sistema de adquisición pública que podría haber. Ser tan miope sobre lo que significa tener “logros de Estado” no es culpa del “negativismo de la prensa”.

Es muy fácil pedir el optimismo y la confianza, pero hay que dar muestras irrefutables de que se está haciendo lo correcto. ¿Se acuerda el Presidente cuando no quiso contestar a cambio de qué se quedó en el hotel “regalado”? La arrogancia con la que actúa y el mal carácter con que quiere ocultar su incapacidad, han sido razones muy fuertes para crear esa falta de credibilidad a su gestión.

Y su equipo tampoco le ayuda. Si quiere tener la confianza y el optimismo de la gente, que deje de contar con funcionarios que defienden únicamente a los patrones que los nombraron.

Pero principalmente, tiene que entender que la sociedad va a seguir dividida en los 340 municipios, porque no hay una política de nación que demuestre que existe criterio y compromiso para hacer el cambio que el país necesita ni líder capaz de plantearla.

Puede orar cada día en desayuno, almuerzo y cena para pedirnos que estemos unidos, pero bien dice el dicho que “A Dios orando, pero con el mazo dando”, en referencia que no es de sentarse a esperar que vengan los resultados del cielo sin demostrar la voluntad y el compromiso.

Las lágrimas del Presidente son de tristeza y frustración pero no de arrepentimiento. Guatemala puede y tendría que cambiar a partir de una sociedad que se muestre harta de lo que hoy somos. Pero también tenemos que ser claros que para impulsar un cambio de tales magnitudes no nos alcanza con ser buenos contadores de fábulas.

Lo que nos hace falta, es una política pública acorde a las necesidades del país y una determinación real de transformar al Estado que sigue siendo un paraíso para los cooptadores.

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