Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

Basta escuchar o leer las diversas opiniones sociales, expresadas en una sobremesa, en una reunión social o de trabajo o leer las diferentes opiniones vertidas en columnas o en redes sociales, para darnos cuenta que en la mayoría de los casos (no en todos) se desea un cambio, pero no logramos aterrizar cuál debería ser.

Mantengo esa preocupación desde hace tiempo, y ayer se me acentuó la pena cuando, durante la cena, me atendió un paisano de San Marcos que emigró a Estados Unidos acorralado por las circunstancias. “Tras tres días que no pude comprar la medicina de mi hija, simplemente porque no me alcanzaba con lo que había generado trabajando (manejando un tuc tuc), decidí dejarlos, arriesgarme y quizá así poder aportar al desarrollo de mi familia”, me dijo.

Pero Jorge comparte mi preocupación por el ritmo de las cosas y la lentitud del cambio y lo resume así: “Yo fui a la capital desde mi natal San Marcos para protestar cuando el mensaje era un cambio de sistema. Ya desde aquí vi cuando se cumplió el año de la primera “protesta”, pero las cosas siguen igual aunque la gente se creía que ya algo había cambiado”, dice.

Continúa diciendo, “y yo, que vengo de un departamento atractivo para los políticos (el cuarto departamento con más población, según datos de la INE de 2012), he visto una romería especial de personajes, y una cosa es lo que dicen en campaña y otra lo que hacen en el poder; todos por igual y todos nos dicen lo que sea para obtener el voto y luego, ya ni se acuerdan de uno.” Claro, si los que cuentan son los que pagan las campañas o los socios de los trinquetes.

Y esto resume un poco mi preocupación puesto que, ante nuestra incapacidad para articular un gran acuerdo para reformar el sistema desde sus más profundas raíces, el tiempo pasa y la precaria situación de la Guatemala más pobre y necesitada en lugar de erradicarse, se afianza.

Hay muchas voces que claman por un cambio, y eso debe ser un punto de partida; lo difícil es definir la ruta porque hay mucha desconfianza y muchas agendas ocultas. Necesitamos, a mi juicio, entender que es necesario cambiar el sistema con el afán de abrir el espectro de oportunidades especialmente mediante inversiones sociales en salud (preventiva) y la educación, sin dejar por un lado la necesidad de apoyar, con programas medibles y con hojas de ruta claras, a miles que quieren, pero por ahora no pueden solos.

¿Y qué es cambiar el sistema, me preguntan? Muchas cosas, pero una puntual y a manera de ejemplo, la necesidad de poder cambiar nuestra matriz de compras en el Estado para centralizarlas eliminando tanta unidad ejecutora que se vuelven infiscalizables. A mi juicio sería necesario crear un Sistema Nacional de Compras y Adjudicaciones (SNC) que categorice las adquisiciones para no paralizar la ejecución; en un párrafo es difícil exponer el concepto completo, aunque sí se puede plasmar la idea general.

Cambiar el sistema implica hacer una reingeniería a la Contraloría General de Cuentas para que pueda tener el personal y las herramientas para fiscalizar el gasto público, y menciono estos dos temas puntuales, porque mientas los recursos del Estado se queden en los bolsillos equivocados y no lleguen al corazón de nuestros problemas y/o necesidades, la Guatemala que deseemos será inalcanzable.

Habrá que trabajar mucho para alcanzar acuerdos y habrá que arremangarse las mangas para intentar lograrlos.

Artículo anteriorIntendente denuncia bloqueos de aduanas
Artículo siguienteImpuestos y prosperidad