Juan Jacobo Muñoz Lemus
Si apreciación, criterio, discernimiento, estimación, cordura, ponderación, tino y prudencia; son parte de un buen juicio. Carecer de él, sería algo así como ser insensato e irreflexivo.
Está claro que si se pierde contacto con la realidad o se tiene un pensamiento prejuicioso o demasiado concreto, sin capacidad de abstracción suficiente para entender símbolos, ideas, el concepto del futuro y el mundo de las consecuencias y las posibilidades; el juicio queda abolido.
Se necesita de cierta integridad cerebral, con funciones mentales de conciencia, atención, comprensión, inteligencia, memoria y ánimo para hacer una valoración justa de las cosas y los hechos y de la propia participación en ellos. Esto implica usar la lógica antes de hacer una elección y tomar una decisión. Menuda tarea.
Para que esta integridad sea funcional, se requiere de una disposición madura, lo cual significa no actuar como un niño. Lo infantil sería negar la realidad evidente o no ver más allá de lo evidente. También, atender las cosas con demasiado egocentrismo y regirse por deseos y temores que reducen los intereses a lo que conviene, es decir depender de lo que gira alrededor. La inmadurez incluye pensar mágicamente, creyendo que si las cosas se parecen son lo mismo, que una cosa debe estar para que pase algo, creer que la parte es igual a todo o que todo se resuelve con la fe. El bienestar y la fantasía no deberían ser los más poderosos argumentos.
Adaptarse a las cosas y llevarse con la gente puede ser un poco el parámetro de la vida, lo cual requiere sin duda, manejar la tensión que implica estar sometido a demandas y reconocer las normas básicas de convivencia. Para esto, más que entender lo que hay afuera, es necesario reconocer lo que se lleva dentro, es decir, conocer bastante de sí mismo y el mundo interior. Si no se toma en cuenta la subjetividad, no se puede ser eficientemente objetivo.
Lo anterior implica ser introspectivo, es decir, reflexivo para conocer las propias experiencias y las de los demás; y luego conjugar esta tarea con la empatía, la intuición y el conocimiento que da la experiencia. Eso si la intención es vivir en paz.
Es necesario reconocer procesos conscientes e inconscientes que obviamente no están a la mano y que se traducen en impulsos alentados por conflictos y complejos poderosos. Para esto es útil aceptar la ayuda de otros que ven nuestras actitudes incorrectas antes que nosotros mismos. Solo así crece la ocasión de confrontar pensamientos y emociones con la deliberación inteligente, antes de tomar la decisión de una acción presuntamente voluntaria. Voluntad que implica atreverse a la frustración, porque al final, nada es como se quiere y la realidad siempre atenta contra la pasión.
Así pues, no se trata de salidas fáciles y superficiales de fuerza de voluntad; ni siquiera de buena voluntad, sino de una voluntad juiciosa que perciba y comprenda.
A mi juicio, quien no atiende la realidad, se pierde la mitad de su vida, y quien sabe cómo le salga la otra mitad.