La primera Dama de México, Angélica Rivera, está bajo una severa crítica porque ha sido nuevamente vinculada a firmas interesadas en contratos con el gobierno que preside su esposo, Enrique Peña Nieto.

En el caso en mención, el uso de un apartamento en Miami, Florida, propiedad de una empresa administradora de puertos y que busca negocios con el gobierno, se suma al pasado de la llamada “casa blanca” que la misma Primera Dama habría adquirido de otro contratista, en ese caso, de la construcción.

Sin embargo basado en los parámetros guatemaltecos, en donde nuestros cooptados presidentes le dieron las frecuencias de celulares a sus ministros de comunicaciones, privatizaron de manera muy oscura la aerolínea nacional, telefónicas, el sector eléctrico, las obras de infraestructura y hasta la atención médica; dónde esos mismos mandatarios usaban aviones privados de contratistas en nombre de la eficiencia de tiempo o nombraban en puestos claves como la Secretaría Privada de la Presidencia a los principales negociantes de multimillonarios contratos, lo que ha hecho la señora de Peña Nieto sería apenas comparable a lo que hizo Jimmy Morales al hospedarse gratis en un edificio.

Por supuesto que el cuestionamiento de los medios y de la sociedad mexicana es correcto. Lo que no entendemos es cómo nosotros, los guatemaltecos, hemos sido capaces de mantenernos en silencio y de agachar la cabeza mientras todos esos personajes cooptados hacen sus cochinadas durante los desgobiernos que nos han tocado.

Pero lo más triste, es que la mayoría de la sociedad en las mayores áreas urbanas se sigue llenando la boca por ir a la plaza a decir “cambiamos Guate”, sin darnos cuenta que los cambios reales siguen sin siquiera ser considerados con la seriedad y compromiso que se requiere.

Y hacemos la diferencia de la sociedad urbana, porque la rural sigue, con cambios o sin cambios, con lucha contra la impunidad o sin ella, comiendo lo mismo que comía antes y batallando diariamente contra la criminal pobreza que mata de hambre.

Mientras sigamos sin considerar el financiamiento de los partidos políticos, y mientras sigamos sin entender que la transformación real del país es en base a un sistema que mantiene a los cooptadores manejando a los políticos como títeres a su favor en el Ejecutivo, Legislativo y Judicial, el país seguirá sobrepasando a México al menos en corrupción.

Una sociedad en silencio, es una sociedad vencida. Y mientras sigamos creyendo que los cambios se lograron al encausar a los del Partido Patriota, perderemos la oportunidad de convertir el imperio de la ley en el verdadero vehículo de la transformación.

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