Alfonso Mata

El otro día, un periodista le preguntó a un sociólogo el porqué de un desarrollo social tan paradójico. El sociólogo le respondió: «la Nación se encuentra en una postura difícil, porque no tiene un Estado a la medida de lo que necesita y, por lo tanto, ha sido gobernada sin conocimiento ni acción, para satisfacer el desarrollo de su gente. Es un Estado que nació de los apetitos y las fantasías de unos, de sus ilusiones y deseos y aunque ha sido construido con el esfuerzo de muchos, no se ajusta ni al tamaño ni a las necesidades de la mayoría».

Es evidente que gobiernos y políticos del ayer y del hoy, no siguieron plan alguno. Su trabajo ha seguido condiciones fortuitas y ambiciones particulares, circunstancias que fueron casuales y, si los gobernantes hubiesen aplicado su poder al mejoramiento y desarrollo de su sociedad, nuestro mundo sería probablemente diferente. Los políticos, socialmente hablando, no saben a dónde van, les guía razones diferentes al bien común; cada uno de ellos es un mundo aparte, conducido por leyes propias. En todos ellos priva el manejo de cosas oscuras para el ciudadano, aunque para ellos claras. En general, su gobernar se desarrolla sin prever sus consecuencias. Sin embargo, esas consecuencias han generado brechas en todo y echo de nuestra nación lo que es.

El ejercicio del poder, con el mínimo esfuerzo en búsqueda de la máxima conveniencia y basado en el placer del cambio y la posición, sin conocer consecuencias ni límites en buscar satisfacer deseos, son factores determinantes de lo que nos sucede ahora. Esa aceleración ambiciosa, finalmente se ha topado y mostrado, la adulteración que hemos hecho de la democracia.

La organización de ese hacer político y público ha moldeado un ciudadano que ha sido impactado en lo mental y fisiológico en busca de lo fácil, el confort y la elección de una doble moral, según el son que nos toquen. La política se hace basada en la máxima producción, en beneficio de minorías, al más alto costo social, con la única finalidad de que un grupo de individuos, pueda ganar la mayor cantidad de dinero posible, amañando todo a su paso. Las instituciones han sido dispuestas, sin tener en cuenta ciencia, conocimiento y necesidades de la vida de la sociedad.

Es evidente que lo público, solo vive y se considera en las campañas electorales y en la letra muerta de la constitución. El hacer público influye en gran escala en nuestra vida y hemos aprendido que ese hacer, se emprende en interés del funcionario y no del pueblo. Por ejemplo, se nos ha hecho creer que el hospital es mejor que la prevención de la salud. Entonces se ha tamizado más y más la enfermedad, y de ese modo se nos ha privado de la salud. Esa forma de actuar, satisface al profesional de salud, al político que lo usa, a los negocios alrededor de la enfermedad y al gastarse sumas enormes en hospitales, la población sacrifica su salud y en consecuencia se ve limitada. El hospital se ha transformado en una necesidad y sinónimo de salud con beneficio de solo algunos.

De esa manera, la codicia de hombres astutos para crear una demanda popular, ha hecho progresos inmensos en todos los campos de la política y el ejercicio público y formado una sociedad en que el interés egoísta juega el papel preponderante, siendo su efecto perjudicial aun en la gente honrada, provocando transformaciones en todos y, ese ambiente, nacido de la inteligencia retorcida y las prácticas egoístas, no se aplica ni se ajusta al desarrollo humano que como nación deberíamos perseguir. Degeneramos moral y mentalmente, nos encontramos rodeados de un ambiente social hostil, producto de la forma de gobernarnos, en el cual la intranquilidad y la miseria proveniente de nuestras instituciones políticas económicas y sociales, nos mueven y agitan dentro de esquemas, que nada tienen que ver con la realidad de una vida más humana y mejor. Desde el momento que las condiciones para formar nación han sido destruidas, el único remedio posible es reconstruirlas y eso demanda sacar a luz nuestras potencias, para generar explicaciones, distinguir lo prohibido de lo lícito, fomentar la idea de que no somos libres para modificar y aplicar a nuestro antojo leyes y normas, sino para cumplirlas y hacer que se cumplan.

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