Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

Soy un graduado de la Universidad Francisco Marroquín y a pesar de que entiendo y valoro muchos elementos importantísimos del libre mercado, hay otros puntos que definitivamente no comparto, en especial en lo relacionado al papel que debe jugar el Estado o que éste deba ser reducido a su mínima expresión.

Y traigo a colación lo anterior porque el trillado argumento que se usa para preparar las privatizaciones es que lo público no funciona y que es mejor que las cosas del Estado (salvo seguridad y justicia dicen los teóricos) estén en manos privadas.

Si usamos esa premisa, en Guatemala tendríamos que estar pensando en privatizar todo el país (incluida seguridad y justicia) porque si hacemos un análisis profundo nos damos cuenta que el nuestro es un Estado Fallido que no puede cumplir con sus funciones a cabalidad.

También es importante señalar, puntualmente, que no llegamos a ser un Estado Fallido por casualidad. Tenemos esa calidad por el perverso pacto entre financistas y autoridades (con cara parcialmente visible en La Cooptación) que han unido esfuerzos para minar a las instituciones y que han encontrado un camino libre ante la indiferencia crónica e ignorancia enciclopédica (parafraseando a Skinner Klee) que nos domina como ciudadanos.

Y entonces la disyuntiva que se nos plantea es ¿privatizamos todo o nos amarramos los pantalones y sacamos coraje para cambiar las cosas que se deben cambiar? Me suena que el tema de las privatizaciones es para, primero, asegurar negocios a los particulares que ahora, por la Cooptación, ya se dieron cuenta que los trinquetes con el Estado pueden llevar a la cárcel y segundo, que es más fácil usar ese discurso que adoptar una teoría del cambio.

Muy poca gente asume un verdadero compromiso con el cambio porque eso implica hacer sacrificios desde el seno de nuestros hogares, pasando por vida social, familiar y claro está, en el ámbito profesional y de negocios. La corriente que clama porque todo siga igual conformándose con parches y haciendo cosas para dar la apariencia de que se hace algo, aunque en realidad es para que nada cambie, es todavía muy fuerte en este país.

Los actores privados, aquellos que desde ese sector hacen las cosas de cara al sol son sumamente importantes para Guatemala y contribuyen a que sean menos las personas que en el país carecen de oportunidades.

Pero debemos entender que ese esfuerzo, que se aplaude, no resulta siendo suficiente en un país en donde los rezagos son tremendos para la mayoría, en donde la brecha entre los que tienen oportunidades y los que no es cada vez mayor en lugar de menor y por ello es que resulta necesario fortalecer, no privatizar, el aparato estatal para que los menos privilegiados tengan oportunidades de calidad.

No debemos renegar el debate sobre todo lo que en la esfera pública está mal, pero lo debemos forzar para alcanzar acuerdos sobre cómo componer esos vicios sin que la receta sea la privatización como única opción.

Los cambios de este país, aunque son retadores, pasan por un tema de voluntad política y voluntad ciudadana, pero no hemos tenido ni una ni otra y eso es lo que ahora nos tiene como un Estado Fallido, fabricante de pobres y con ciudadanos que claman como solución de fondo que lo público pase a manos privadas.

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