Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
El domingo 1 de julio de 1984 se realizaron las elecciones para integrar la Asamblea Nacional Constituyente que redactaría la Constitución llamada a plantear nuestra apertura democrática luego de la sucesión de gobiernos militares que mediante fraudes electorales se fueron reproduciendo desde 1970. En esa elección participaron los partidos tradicionales, DC, MLN, PR y el fenómeno del proceso fue el surgimiento de la UCN (Unión del Centro Nacional), formada por Jorge Carpio.
Hasta entonces, los partidos políticos se basaban en el activismo voluntario de sus dirigentes locales que por identificación ideológica, mística o fidelidad al liderazgo, trabajaban sin descanso en el proselitismo. Los gobiernos militares no dependieron nunca del financiamiento electoral porque, al fin y al cabo, no dependían del resultado electoral y por lo tanto los factores de poder eran otros.
Pero Jorge Carpio diseñó el primer “partido empresa” que inició la contratación de activistas pagados en todo el país y que centró en masivos gastos de propaganda el crecimiento de su instrumento político. El germen de esa voracidad tremenda por recurso de los financistas está en la modalidad que impusieron Carpio y sus seguidores para catapultar a la UCN a fin de competir con los viejos partidos que habían dominado el escenario político nacional en las últimas décadas.
Los constituyentes definieron el marco de nuestra “nueva democracia” creando un Tribunal Supremo Electoral y un régimen de partidos políticos que concentró el poder en los grupitos de dirigentes, relegando a las bases al simple papel de relleno en el que ni olían ni hedían, porque sus puntos de vista nunca fueron tomados en cuenta. Ya la campaña de 1985 se marcó por el derroche de recursos en propaganda y en la primera cooptación que se hizo del Estado mediante la decisiva apuesta de un financista. El triunfo de Vinicio Cerezo sobre Jorge Carpio no hubiera sido posible sin el absoluto, abierto y declarado apoyo de los canales de televisión abierta que apostaron por el aspirante democristiano y con ello Ángel González pasó de ser dueño de los canales a ser el dueño de la política del país, al punto de que Mario Taracena le bautizó como “el Ángel de la Democracia”.
Vivía en Guatemala desde hacía años y era vendedor de pauta publicitaria en los canales de televisión. Cuando Margarita López Portillo fue nombrada en 1976 para dirigir la televisión estatal de México, plantearon un proyecto para hacerse con canales en otros países, empezando por Guatemala y de esa suerte Canal 7 fue el primero que pasó a control de González, reputado como operador de la hermana del Presidente de México.
Cerezo le debía la Presidencia de la República al dueño de los canales y lo mismo pasó con sus sucesores. Pero el fenómeno se consolidó y amplió al punto de que el financiamiento electoral se convirtió en el pilar de esa secuestrada democracia y los financistas se aseguraron que todo el aparato del Estado fuera puesto a su servicio con exclusividad. El modelo del “partido empresa” cuajó en una sociedad carente de líderes por la barrida que la represión hizo de los mejores dirigentes del país y cada elección se fue construyendo un nuevo piso en el edificio de la cooptación. Así pasamos de las llama del militarismo a las brasas de la cooptación.