Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

Cuando sin ser ni siquiera cerca de millonario pero gracias a un esfuerzo diario se tienen oportunidades de tener un techo donde no se pasen penas, comidas los tres tiempos, vehículos para transportarse, ropa, educación que fue sufragada por los padres y un largo etcétera, claro que es relativamente cómodo tener “paciencia” ante el ritmo que el país tiene para los cambios que se necesitan.

Cuando uno escucha que importantes actores nacionales se conforman con tan pocos cambios que están dándose en la base de nuestro sistema, no puedo dejar de pensar en esos millones de compatriotas que no tienen las mismas oportunidades que uno y a los que un sistema como el nuestro les ha negado los chances para salir adelante, a pesar de que la mayoría es gente esforzada que solo desea tener ocasiones de cara a la prosperidad.

Nuestras autoridades piensan mucho en el costo político de lo que significaría cambiar las bases de este país, pero por encima de todo, en el costo económico (negocios) de lo que dejarían de percibir si las reglas cambian en serio y la sociedad piensa mucho en el costo social de lo que significa luchar por un país en el que si se clama por más oportunidades para los más necesitados, rápido se dice que alguien es socialista o izquierdista.

No deja de sentir uno pena al saber que los que tenemos oportunidades en este país terminamos, sin quererlo, siendo privilegiados en un reino en donde la pobreza tiene como súbditos a más del 60% de la población. Una situación como esa nos debería hacer las noches pesadas y largas, pero hemos aprendido a vivir con ese ruido como parte del estado “natural” de las cosas.

Yo tengo 34 años y me pregunto si a mi generación ya le pasó, le está pasando o le queda muy poco tiempo para ser la generación que Guatemala recuerde por siempre porque nos atrevimos a trabajar para modificar las reglas de un juego que ahora está reservado para unos pocos mientras las mayorías son meros espectadores de lo que pasa en la arena de las oportunidades y el bienestar.

Nuestra situación es tan precaria, que tenemos que aprender hasta a alcanzar acuerdos. Hay naciones que saben a dónde van y sus ciudadanos solo deben buscar terreno en común para lograrlo, pero nosotros ni siquiera hemos decidido qué Guatemala queremos y sobre qué bases deseamos reconstruirla.

He visto de cerca lo que golpea y marca a la personas estar sin trabajo, no digamos ser eternos miembros del círculo generacional de la pobreza, sentir que las oportunidades son inalcanzables y ser parte de la clase media o más arriba es una utopía reservada para algunos y especialmente, para aquellos que rápidamente aprenden a jugar guiados por una serie especial de reglas en donde predominan la falta de principios, la corrupción y la impunidad.

Es por eso que todos, sin excepción, tenemos que desarrollar una habilidad para ser padres de familias, desempeñar nuestras profesiones y ejecutar nuestras ocupaciones pero desarrollando a la vez una capacidad para ser ciudadanos más conscientes y organizados.

Tenemos que trabajar concientizando a nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo de los problemas que enfrentamos y de la imperante necesidad de que cambiemos esa actitud indiferente, que por algunas comodidades, nos hacer ser indolentes ante el cambio tan lento e incluso, en ocasiones, nulo.

Cambiar Guatemala es una tarea titánica, pero hoy, es más difícil y urgente cambiarnos a nosotros mismos y esa debe ser la lucha en el corto plazo si no queremos matar el sueño de una Guatemala mejor, más justa e incluyente.

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