Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

El jueves de la semana pasada escribía de los efectos que para las familias tiene la violencia que vivimos en el país, y que siendo un problema estructural que se relaciona con la impunidad, la cultura de ilegalidad, la corrupción, la indiferencia social y la falta de oportunidades, golpea a miles de personas sin discriminación de clase, género o raza.

En Guatemala está tan instalada la cultura de la muerte como la cultura de la indiferencia que nos hace tolerar casi todo, y tenemos una capacidad única de adaptación para terminar conviviendo y desarrollarnos a la par de los vicios, de la pobreza y la falta de oportunidades.

Estoy convencido que parte del deterioro que como sociedad tenemos se debe entender como consecuencia, en parte y precisamente, por esa indiferencia social ya mencionada. La indiferencia nos obliga a acomodarnos a la realidad, pero peor que eso, nos imposibilita cualquier posibilidad de cambio.

Hemos dejado que en nuestras narices se descomponga el tejido social y no hemos atinado a hacer nada. Siempre hemos pensado que eso de la corrupción, de la impunidad, de que se roben hasta las oportunidades, de la cultura de la muerte, de vivir de rodillas ante extorsionistas tatuados o bien vestidos que generalmente son financistas, no nos perjudica, pero lastimosamente cuando pega la violencia realizamos que, en efecto, el deterioro al que hemos llevado al Estado nos pasa una factura impagable.

Hay momentos en la vida que la realidad nos pega de una manera especial, pero como elemental mecanismo de sobrevivencia siempre terminamos encontrando la forma de volvernos a ajustar a esa misma realidad casi resignados que es casi imposible cambiarla. Nos queda rezar y encomendarnos porque no atinamos a incidir para enfrentar los vicios.

Aún en medio de la adversidad, debemos luchar para que las cosas cambien. Muchas cosas se necesitan para derrotar esa cultura de la muerte, del robo de oportunidades, esa cultura de indiferencia que da paso a nuestros vicios sociales.

El jueves yo mencionaba que, a mi juicio, las soluciones son de corto, mediano y largo plazo, pero varias de ellas pasan por un Congreso de la República que se burla del dolor social, indiferente ante las necesidades de la gente pero garante de los vicios de sus diputados que son los mismos vicios del sistema.

Debemos tener la capacidad para desarrollar la vida con nuestros quehaceres y obligaciones, pero también debemos desarrollar un “chip” de activismo social que nos permita ejercer una mejor ciudadanía, más comprometida y más efectiva para incidir en los grandes problemas del país, pero sobre todo, incidir en las soluciones que aclaren el panorama.

Hoy una familia golpeada por cualquier tipo de tragedia (violencia, pobreza, desnutrición, enfermedades, falta de oportunidades aunque se luche, etc.), debe salir al paso con el apoyo de Dios y de sus más cercanos, pero batallando en medio de la indiferencia generalizada al dolor ajeno.

La Guatemala de hoy, con sus vicios y virtudes ya está ahí, ya dejamos que así sea, pero la del futuro dependerá de nosotros, de derrotar a la indiferencia, de rechazar los vicios y de las ganas que tengamos para darles a nuestros hijos un futuro mejor.

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