Sandra Xinico Batz

Durante varios años me pregunté: ¿qué nos hizo ser así (socialmente)?, ¿por qué somos así (como país)? Ambas preguntas son claras, pero considero estuvieron mal planteadas ya que son generalizadoras y una vez más (en la historia de este país) evaden responsabilidades diluyendo en el olvido los procesos que han (de)formado lo que “conocemos” como presente. Nuestra participación en la historia y ahora no se dan y no se dieron de la misma forma ni en las mismas condiciones, por eso no somos iguales sino diversos, algo tan difícil de procesar en una “sociedad guatemalteca” creada sobre la base del racismo, el patriarcado, la homofobia, la uniformidad.

Y digo que las preguntas están mal planteadas porque tampoco es adecuado pensarnos como entes pasivos ante la construcción/imposición de todo eso que “nos hizo ser así” y que claramente delimitaron como un país, o sea esa “creación” fantoche que desconoce su historia y a la vez la niega, en otras palabras: rechaza lo que no conoce.

No conocer y analizar los matices de eso que “nos hizo ser así” provoca, por ejemplo, que “elijamos” a un “comediante” de humor racista como Presidente, pero que nos sintamos menos racistas por haber visto y elogiado la película de Ixcanul.

Sin contexto, cualquier intento de respuesta a estas preguntas serían tan superficiales e intencionales de creer (para desinformar), como cuando nos repiten una y otra vez que los pobres somos pobres porque no nos esforzamos y que los indios somos un problema, como lo dijera Miguel Ángel Asturias en su tesis de licenciatura en 1923 al definirnos como: de “mentalidad relativamente escasa y voluntad nula”. Claro, esto antes de que viajase a París a continuar su formación académica, proceso que “orientó” su perspectiva (¿a la valorización?) hacia los pueblos.

Es evidente que no sólo hay una respuesta a estas preguntas y que la compresión de la historia no se remite a respuestas totalizantes y memorizadas de un pasado deformado y llamado “historia oficial” (que se consolida desde la primaria hasta la universidad) que prefiere hablar, aunque sea mediocremente, sobre los griegos y extranjeros, antes que reconocer su propia historia maya, porque no la considera como tal, como suya.

Este sistema político, económico y social (cultural) nos “forma” en la superficialidad y lo totalizante porque hacer lo contrario cambiaría la realidad, dejaríamos de ser abstractos al hablar y reconocer esa realidad, como cuando ya no nos tragamos el cuento de que si “cambiás vos cambia todo”, “todos somos la ciudad”, “compartimos sueños, construimos realidades”, “tan guatemalteco como TÚ”, “con trabajo, se acaba la pobreza”, porque sabríamos diferenciar entre un slogan y la realidad.

Despojarnos de esa obsesión (impuesta) de totalizar nos permitiría también pensarnos como pueblos aliados, de historias compartidas, que van más allá de la construcción histórico-social que hoy conocemos como Guatemala. Es despojarnos del monolingüismo histórico que la colonia nos impuso hablar. Es dejar de evadir la verdad, de “pensar” y “actuar” en neutro y de justificar como “objetiva” la inequidad.

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