Raúl Molina

En artículo anterior, mencionaba la atomización de las luchas populares y el desgaste de las fuerzas políticas y sociales progresistas. Muchos que nos ubicamos en la izquierda hemos celebrado la victoria de las comunidades en La Puya por hacer valer los derechos de los pueblos indígenas y orillar a la CC a actuar contra la empresa «mafiosa» que ha gozado de respaldo estatal e impunidad. También acompañamos la lucha por los «prisioneros políticos» de Huehuetenango y, antes, de otros, que también fueron acusados judicialmente por inventados delitos. Dimos la batalla por la creación de la CICIG y aunque la estructura creada no fue la que pidieron las organizaciones de derechos humanos, su actuar en Guatemala ha sido determinante. Defendimos la continuidad de la CICIG cuando sectores del CACIF, exmilitares y el gobierno de Otto Pérez quisieron desembarazarse de ella, bajo el mismo señalamiento de «injerencia extranjera» que hoy usa la Cámara del Agro. Apoyamos la valiente causa de genocidio contra Ríos Montt, nacional e internacionalmente, y exigimos la finalización pronta del juicio, para que cumpla la máxima condena posible. Apoyamos al MP y a la CICIG por sus acciones contra la corrupción y la impunidad y a la SAT por evitar la evasión fiscal. Y, con igual vehemencia, apoyamos las luchas campesinas y obreras, y las de los pueblos indígenas por sus tierras, territorios y recursos, así como la lucha incansable de organizaciones y personalidades en la defensa de los derechos humanos y de los defensores de derechos humanos. Cada una de esas batallas ha sido muy importante y sus resultados constituyen éxitos significativos. No obstante, cada una de ellas ha sido llevada adelante, en su mayor parte, por las personas más directamente afectadas, sin convertirse en movimiento generalizado, ni social ni político. Podemos decir que aún los niveles de solidaridad con esas luchas, incluidos quienes estamos convencidos de su validez y pertinencia, han sido bajos.

La Historia señala que para transformar nuestro país, tarea en la cual los poderosos y el gobierno no están interesados, y menos Estados Unidos, se hace necesario lograr la «unidad en la diversidad», así como convertir las luchas sociales en verdadera lucha política. Dichas luchas, más que acciones contra las y los gobernantes de turno, vienen siendo enfrentamientos con los «sectores dominantes», para quienes el «Estado fallido» les sirve de maravillas. ¿Acaso no está satisfecho el imperio cuando existe total docilidad del gobierno de Jimmy Morales y protección para sus empresas? ¿Quiere cambiar el modelo el CACIF cuando sus negocios siguen florecientes y solamente son capturados los corruptos «más tontos»? ¿Y para el Ejército, no es Jimmy el «chapulín colorado» de los actuales y exmilitares? Desde luego, las luchas en marcha no amainarán y nos daremos cuenta de que somos parte de una incipiente Oposición Guatemalteca, no solamente al oficialismo sino que al sistema político en su conjunto, al Estado y al imperialismo. Para darle existencia y coherencia es necesario empezar ya la unidad de las fuerzas sociales y políticas progresistas.

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