No puede generarnos sorpresa que cada asunto en el que interviene la clase política tradicional, resulte siendo tan asqueroso como son los pactos que se han hecho para mantener vivo el sistema que les ha enriquecido a ellos y a sus financistas.

Más feo que un hijo entre el Cadejo y la Siguanaba es cada uno de los tratos y acuerdos que se logran cuando diputados, como Mario Taracena y Manuel Conde con la ley de Servicio Civil, pactan a partir de intereses tan específicos como el intento de generar una amnistía a quienes negociaron el Pacto Colectivo o a los involucrados en las plazas fantasma del Congreso.

Pero no es el único caso en que el producto de las alianzas políticas terminan siendo catastróficas. Veamos lo que ha sido el partido oficial, que para generar una plataforma de mayor apoyo político invitó y ahora defiende dentro de su bancada hechos vergonzosos contra los propios funcionarios del Ejecutivo.

Hay diputados negociando por las interpelaciones a cambio de tener mejor acceso a los contratos; otros, como César Fajardo que ha sido representante de la vieja política y que ayer dijo que no renuncia porque fue electo por el voto popular aun cuando nadie, nunca, ha visto a ese personaje promover durante la campaña un compromiso legislativo que avale sus mentiras.

En fin, los resultados que salen del Congreso de la República y su costumbre de meter las manos en las postuladoras, el Listado Geográfico de Obras, plazas para sus aliados en los ministerios y el intento de defender ahora a los financistas de campaña por medio de evitar la investigación fiscal de cuatro años para atrás, son tan feos como los principios de quienes manejan los partidos y las bancadas que nos representan.

Y es que en un país en el que se quiere un cambio radical, siguen siendo las mismas y los mismos quienes manejan los partidos a partir de prácticas de protección de intereses específicos y con la urgente necesidad de cerrarle puerta a procesos que podrían ser, incluso, contra muchos de esos políticos.

No pretendamos que el producto de la labor legislativa sea mejor mientras tengamos el descaro, la ambición por lo corrupto y una chamarra grande que los tapa a todos como útiles en los escritorios de cada uno de los 158 diputados.

Lamentablemente, cuando muchos dicen que el país ha cambiado a partir de marzo del año pasado, solo falta voltear a ver al Congreso para darnos cuenta que ese hijo tan feo, no se compone con un corte de pelo. Hace falta cirugía mayor.

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