Jorge Santos
Desde las movilizaciones del año pasado, luego de las capturas de importantes estructuras criminales dedicadas a la corrupción y a la impunidad, se ha despertado un importante debate respecto a la validez o no de las manifestaciones en la plaza. En una de estas posiciones que generan el debate establecen que estas jornadas no son más que producto del cálculo certero de la Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica y otros actores con el fin de legitimar la acción judicial y penal contra estas estructuras y que de tal cuenta la calle no serviría, ni implicaría nada más que un sábado ciudadano en la plaza.
Por el otro lado del debate estaban quienes han referido que la plaza y las movilizaciones han servido para ir articulando y tejiendo una vasta red que se había desquebrajado y que si bien ésta no logró todos los objetivos trazados sigue haciéndose con la intención de transformar el país. Y es que es en este punto, donde se centra el debate, la capacidad del movimiento ciudadano de producir o provocar la transformación social.
Este debate se vuelve a despertar a la luz de una nueva convocatoria para mañana retomar masivamente las plazas y las calles. Esta vez, luego de cinco meses de permanente movilización social y popular que fueron superadas por la ilusión de las elecciones, en donde el remedio nos volvió a salir más caro que la enfermedad y de ahí que las tan anheladas reformas fueron espuriamente manoseadas y que los actores de la corrupción y la impunidad siguen ahí, haciendo de las suyas, ahora en el Gobierno de Jimmy Morales.
Realmente creo que estamos frente a un fenómeno social, aún no consolidado y que por ende habrá que esperar un tiempo para que termine su maduración. He sido testigo del surgimiento, crecimiento y cada vez mayor acción política de grupos sociales y populares que del reclamo indignado (el cual es y seguirá siendo válido) han ido dando pasos, cada vez más acelerados hacia la articulación y la construcción de una agenda política, económica, social y cultural que nos permita la transformación de la sociedad y el Estado guatemalteco. Si pensamos, que la tan sola captura y procesamiento penal de los corruptos servirá para ir consolidando el esfuerzo de transformación, estaremos precisamente en el punto de mayor riesgo, en la medida en que las estructuras de poder volverán a reestructurar las mafias y la cosa seguirá igual.
Por eso es que la agenda de la movilización social y popular debe de estar encaminada a transformar las estructuras de un sistema que fue ideado de la tal manera que la violencia, la corrupción, la impunidad, la pobreza y la inequidad le fueran consustanciales, y que sin estos fenómenos no le sería posible su subsistencia. Tenemos que ser capaces de entender que la tarea fundamental no es más que la destrucción de aquellas estructuras que son causa de nuestros añejados problemas y la construcción de un nuevo Estado.