Eduardo Blandón

Un aluvión de noticias sobre la corrupción apareció esta mañana en los medios escritos de información. La Contraloría General de Cuentas al parecer finalmente ha aparecido y ha denunciado los hallazgos al revisar procedimientos y malversaciones financieras. Como si se tratara de un “destape”, los auditores han sacado las uñas para clavarlas en las profundidades de una piel estatal corrompida y putrefacta.

Si no fuera por lo tardío de los anuncios de la Contraloría, uno habría estado tentado en reconocer el valor, la audacia y la profesionalidad de sus funcionarios, pero es difícil mantener los ánimos en una institución caracterizada por el letargo y la inoperancia. Muchos sabemos que es un ente anémico, ciego, sordo y bastante inútil.

Pero el “pathos” de esa institución es querida.  Podría jugar un papel importante en el sistema democrático, pero los altos mandos, los principales jefes, las autoridades, han decidido dormir, fingir o hacerse los babosos. No de manera gratuita, sino seguramente recompensados en maneras que no conozco, pero que puede presumirse.  Eso hace que la Contraloría sea inocua.

Incolora, insabora e inodora. Una institución prescindible. No porque no haga falta, sino porque es evidente que existiendo no hace “maldita la cosa”. Por ello, no deja de sorprender que tardíamente se ponga brincona y heroica acusando al gobierno del Partido Patriota y mostrándose profeta de los negocios del pasado reciente. Uno se frota los ojos y se pregunta qué presumen con esas bravuconadas.

Con todo, no quiero ser malévolo. Auguro que el ímpetu supere el teatro reciente y que asuman con valentía lo que les toca realizar. Deseo que las autoridades se comprometan y que demuestren de qué material están hechos. Ya lo creo que Guatemala cambiaría bastante si esos señorotes auditores finalmente hacen algo por el país.

Artículo anteriorDefectos
Artículo siguienteAn-te-jui-cio