Eduardo Blandón

Más allá de las fanfarronerías de Mario Taracena, donde a través de la entrevista concedida a un matutino ayer, reconoce la anarquía de la institución que dirige, hay que ir más allá de lo textual para tratar de atisbar sus intenciones y el horizonte donde pretende transitar.

Aunque es cierto que hace una radiografía del lugar nauseabundo donde se interna laboralmente, admitir tanta podredumbre tiene la intención de hacer valer su valentía y honorabilidad para combatir contra monstruos de mil cabezas. Lo hace aparecer como un abanderado de la justicia y el llamado a dar el zarpazo mortal contra la iniquidad del Congreso. O sea, la idea es presentarse como el redentor capaz de ofrecer la salvación que necesita esa institución.

Por otro lado, Taracena se pone en las antípodas de los diputados corruptos.  Asegura que el exceso de plazas que él gestionó es legal, no inmoral ni mucho menos deshonesta.  En todo caso, debe pedírsele cuenta al Presidente del Congreso en funciones en aquella época, Luis Rabbé, que fue quien las autorizó.  Pero termina diciendo que incluso el innombrable Rabbé se ajustó a la ley, pues “el Congreso lo permite”.

Taracena es parte del tinglado y quiere tender un velo para aparecer de pronto como “vir iustus”. Sabemos que si ahora habla y toma distancia de la corrupción es porque la CICIG ha puesto en evidencia y tomado acciones contra la corruptela del Congreso.  De otra forma, seguiría gestionando plazas y siendo cómplice de la impunidad pululante en ese organismo del Estado.

El Presidente del Congreso habla de los holgazanes que transitan los pasillos de esa institución, pero ha callado (y calla) los negocios oscuros y las ausencias y estulticias de burócratas mucho más caros que las secretarias o cocineros que le sirven el café.  Se rasga las vestiduras, pero disimula que el peso presupuestal más grande lo constituye la paga de tanto padre de la patria inefectivo, ineficaz y absolutamente, la mayor parte, prescindibles.

Queda visto, entonces, que la CICIG no debe irse por la finta con el discurso presuntamente impoluto del Congresista.  Por el contrario, debe apuntar los cañones sobre él y procesarlo pronto porque, sin duda alguna, pertenece a la calaña de Rabbé, Crespo, Cristiani, Mijangos y compañía.

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