Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

Tengo que ser enfático en decir que siendo director de un grupo editorial, mi postura de oposición a las reformas electorales no responde a la regulación que se hace al tema de la pauta en los medios y mucho menos, que mi postura sea una defensa a Jimmy Morales por el cruce de señalamientos entre los presidentes del Ejecutivo y Legislativo.

Mi oposición a la reforma política contenida en las modificaciones a Ley Electoral y de Partidos Políticos radica en que no se están rompiendo las grandes ataduras que permiten el continuo secuestro que los poderes fácticos hacen de nuestro sistema, puesto que mientras tengamos que seguir pidiendo cacao a los caciques de los partidos, mientras no empoderemos a la población y hasta que no tengamos verdaderas reglas de financiamiento (más allá de la regulación de la pauta en los medios), el panorama no es alentador.

Quienes ya se han sentado a negociar con los caciques de los partidos para obtener una casilla y ser parte de su estructura o quienes, como Taracena han estado mamando de la teta del Estado durante más de 30 años, lidiando con tanto cacique de partido político (Taracena empezó en la UCN de Carpio, pasó al PAN de Arzú y ahora está en la UNE de Colom y Torres), claro que van a sentir que la reforma electoral que aprobó el Congreso es “histórica”.

Y ahora que por fin, el presidente Morales dio una luz de que entiende un tanto el mandato popular que le fue otorgado, creo que vale la pena exigir que este haga uso de su iniciativa de ley y que con el apoyo de una población que se dice harta y asqueada de los políticos, se presente algo que sí le entre a los problemas de fondo.

Pero la gente tiene que despertar y Morales tiene que jugar su papel. Tras este cruce de palabras, el mandamás del Ejecutivo se juega lo poco o mucho de capital político que le pueda quedar a su presidencia; si cede, será otro pulso que le gana el Congreso y si presenta algo a medias, se confirmará el secuestro que los poderes ocultos tienen hasta en las más alta investiduras política de Guatemala, país que tiene un jefe que no es el pueblo.

Ahora es momento de demostrar quién es el jefe de quien. Con la reforma aprobada los diputados confirmaron que sus jefes son los cacicazgos de la clase política, sus socios financistas y todos aquellos que no desean que las cosas cambien y la pregunta es, ¿será el pueblo el patrón de Morales?

Nosotros los ciudadanos tenemos que entender que mientras esperemos que los políticos, los medios, los empresarios o los grupos sociales ejerzan nuestra ciudadanía por nosotros, estamos fritos; tenemos que creer en nuestra habilidad para incidir usando las plataformas que se presenten para hacer que nuestra voz se escuche, pero si seguimos dejando el futuro del país en manos de los de siempre, estamos condenados a nunca cambiar.

Ya el Congreso nos dio su versión de “reforma histórica” y ahora Morales tiene esa brasa en sus manos, es decir, mostrarnos lo que para él es el cambio político que se necesita. Tiene la opción de ser como aquel gran jugador al que le dan la bola para que tire el último penal del Mundial y quien asume el reto haciendo campeón a su equipo, o ser como aquel que se creía líder del equipo pero reniega ante la oportunidad de pasar a la historia y de cambiar el rumbo de su país.

Ya veremos dónde paramos…

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