María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

El 10 de mayo se celebra en Guatemala el Día de las Madres. Es ya una costumbre que desde varias semanas antes los anuncios televisivos, radiales y de medios escritos inviten a los individuos a celebrarlas. Hay ofertas de planchas de ropa, secadoras, lavadoras, ollas, sartenes y demás utensilios para el cuidado doméstico. Surgen en las redes sociales una serie de memes que intentan esbozar a las madres guatemaltecas y que en ocasión les sirven de consuelo al afirmar que este será el único día del año en que no tendrán que cocinar, atender, lavar, limpiar, etc. porque sus bondadosos hijos y esposos le ayudarán en estas tareas que le corresponden únicamente a ellas.

Dejando un poco de lado lo superficial, hoy quiero expresar que tengo la dicha de descender de dos mujeres extraordinarias, mi madre y la madre de mi madre a quienes en este espacio quiero rendir un brevísimo homenaje.

Mi abuela, doña Mercedes Oliva, una mujer adelantada a su época, nació en 1928 en un tiempo en donde el machismo imperaba y vorazmente devoraba cualquier intento de hacerle frente. Fue la menor de 4 hermanos (3 de ellos, hombres) y sufrió desde su casa la discriminación y la desgracia por haber nacido niña. Desde muy joven fue una mujer emprendedora y se convirtió en una exitosa comerciante lo que le permitió criar a sus 3 hijas con la mejor educación disponible en aquel entonces, creándoles carácter y capacidad para ser independientes y enfrentarse al mundo por ellas mismas. Hasta el día de hoy es la persona a quien más admiro por su temple y determinación, por descartar los estereotipos, por no importarle tener que combatir contra lo que la sociedad le imponía y pelear con garras, dientes y una pistola en el cinto para ganarse el respeto de todos a quienes conocía.

Mi madre, Arlena Cifuentes, severísima a primera vista, una mujer incansable y excelente profesional de la ciencia política quien me inculcó el amor por la patria. Desde que éramos muy niñas (mis dos hermanas y yo) la veíamos a ella junto a mi padre luchando determinados por construir la paz en Guatemala, creyendo en que es posible un país desarrollado y próspero. De ella aprendí la disciplina, el amor a la excelencia y repulsión por la mediocridad.

Más allá de mi experiencia personal, es conveniente meditar por un instante lo que significa verdaderamente ser madre en este país, en el que en muchas ocasiones estas llevan la peor parte.

Es iluso, a estas alturas del partido, pensar que como en antaño, las madres de familia se quedan en casa para atender las faenas domésticas, al cuidado de los niños, hoy más que nunca a ellas les toca un trabajo doble, 8 horas (si bien les va) laborando para ganarse el pan de cada día y el resto ocuparse de la carga de la casa que parece que siempre le corresponderá solo a ellas. Por no mencionar lo difícil que a algunas les resulta conseguir trabajo, peor aún si se encuentran en estado de gestación, pues las empresas y entidades no quieren contratar a personas con un compromiso de tal magnitud, cosa que no sucede ni sucederá jamás con los padres.

Con tanto que decir y tan poco espacio restante, no quisiera terminar sin llamar a la reflexión a las madres y madres potenciales para que seamos conscientes que serlo no significa únicamente concebir y parir, es una vocación que requiere de muchos elementos que al ser puestos en práctica nos asegurarían una sociedad de individuos plenos y por tanto una sociedad distinta a la podredumbre que tenemos hoy.

Aprovecho la ocasión para llamar a la consciencia de quienes están en contra de la Ley de la Juventud, que dista mucho de ser la panacea, pero es un primer paso, para que mediten si verdaderamente ese grupo de 13 a 17 años que pretenden dejar fuera están preparadas para ser madres. La maternidad infantil es una realidad que llora sangre y a la que le debemos poner un alto. Pensemos si vale la pena seguir exponiendo a niñas madres que no tendrán alimentos para proveer a sus hijos, que los verán morir desnutridos, que truncaran sus sueños (si es que les queda alguno) y que no podrán ejercer la maternidad en las condiciones que tanto ellas como sus hijos tienen derecho.

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