Luis Enrique Pérez

Dícese que en Guatemala hay una cultura de la violencia; que hay una cultura de la impunidad; que hay una cultura de la intolerancia; que hay una cultura del machismo; y que hay una cultura de la discriminación. Quizá hasta hay una cultura de la incultura. No sé si hay o no hay tales clases de cultura. Empero, estoy seguro de que hay una cultura de la imbecilidad. La palabra “imbecilidad” se deriva del latín “imbecillitas”, que significaba “debilidad o falta de energía”.

Permítaseme que, a partir de ese significado original, proponga esta definición: la imbecilidad es la incapacidad de utilizar la inteligencia que normalmente posee un ser humano. Considero que la inteligencia es la facultad por la cual el ser humano comprende qué son, cómo son y por qué son las cosas. Hay dos grandes clases de imbecilidad: la práctica, y la teórica. La imbecilidad práctica es propia del actuar, y se manifiesta en la negligencia. La imbecilidad teórica es propia del pensar, y se manifiesta en la estupidez.

Es imbecilidad práctica, por ejemplo, que un país que es multiétnico, multicultural y multilingüístico, decrete una ley para declarar precisamente que es multiétnico, multicultural y multingüístico, como si, de hecho, no lo fuera, o como si, en el caso de que no lo fuera, tuviera legalmente que serlo. Es imbecilidad teórica, por ejemplo, creer que lo que uno sabe es lo único que es posible saber. Quien no sabe, pero actúa como si supiera, es un ejemplo de síntesis de imbecilidad teórica y práctica, o ejemplo de una orgullosa alianza de negligencia y estupidez.

La imbecilidad tiene principios doctrinarios. Un principio doctrinario de la imbecilidad práctica consiste en actuar, no necesariamente para lograr aquello que es mejor, sino lo que es más fácil. La imbecilidad práctica encuentra una lúcida manifestación en el chapucero que disfruta de su absurdo engendro como si fuese una hazaña de la humanidad. Un principio doctrinario de la imbecilidad teórica consiste en pensar que los límites de la propia ignorancia son los límites del Universo. La imbecilidad teórica encuentra una lúcida manifestación en el jactancioso intelectualoide que piensa que únicamente en su ridícula provincia mental habita la verdad como en su más íntima morada.

El imbécil práctico cree que las buenas intenciones son la disculpa de su negligencia. Cree que su trabajo es importante, no por el valor del producto, sino por la intensidad del esfuerzo. Cree que el producto de su negligencia es un parto cósmico del destino. El imbécil teórico cree que aquello que él cree que es verdad, es la única verdad. Cree que lo que ha aprendido es todo lo que se puede aprender. Cree que el producto de su estupidez es una magnífica obra de su fecundo intelecto.

La imbecilidad, ya sea práctica, ya sea teórica, puede ser genética; o puede ser meramente psicológica. La imbecilidad genética reside en la biología del individuo. En este caso, el individuo carece de inteligencia. La imbecilidad psicológica reside, por lo menos en cierto sentido, en la voluntad. En este caso, el individuo posee inteligencia, pero no la utiliza. La imbecilidad genética es incorregible y disculpable. La imbecilidad psicológica es corregible e indisculpable.
La cultura de la imbecilidad puede encontrar maravillosos ejemplos en funcionarios gubernamentales. Algunos de ellos pueden argumentar que se debe actuar o no actuar como se actúa o no se actúa en otros países. Entonces, por ejemplo, habría que pagar más impuestos porque en otros países se pagan más impuestos. Tendría que aumentar la deuda pública, porque esta deuda no es tan grande como la de otros países. O tendrían que cometerse asesinatos, porque en otros países se cometen asesinatos.

Post scriptum. La cultura de la imbecilidad alcanza grados supremos de esplendor cuando los gobernantes predican que la seguridad pública (del país que gobiernan) está bien porque no se cometen tantos asesinatos como en otros países.

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