Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

Juan Carlos Monzón no es ninguna mansa paloma, pero tampoco es ningún pendejo y al darse cuenta que le tenían la guillotina lista, decidió quemar a sus jefes y soltar toda la sopa de cómo fue que se fraguaron los negocios durante el gobierno del Partido Patriota (PP); estoy seguro que serán muchos a los que el insomnio ya los visita porque saben que el exsecretario de Baldetti ya les puso el dedo.

Pero con esto de Monzón, Roxana Baldetti, Otto Pérez y el gobierno del PP, no nos puede pasar lo mismo que con Alfonso Portillo, es decir, creer que los negocios que destapa la CICIG y el MP son casos puntuales de quienes ahora pasan sus días en la cárcel y en tribunales dilucidando su situación.

Los guatemaltecos salieron un poco de la modorra hasta que se destaparon estos casos; y digo medio porque como sociedad no atinamos a despertar con fuerza y prueba de ello es el cinismo que seguimos viendo con el que operan muchos sinvergüenzas, tanto en la esfera pública como privada.

Y eso me lleva a preguntarme, ¿qué sería de Guatemala si desde siempre existiera el que chilla a quienes sirvió fraguando robos? ¿Quiénes estarían en la cárcel si consiguiéramos a los Monzones desde Cerezo? ¿Andarían todos los que ahora se pasean por la calle somatando la billetera con tanta tranquilidad recibiendo adulación de una parte de la sociedad?

En un negocio hay quienes maquinan la idea original y luego están los peones, esas personas que se prestan para “ingeniarse” la mejor manera de hacer el trinquete a cambio de una muy buena tajada.

Y esas personas están tan vivas, que ahora vemos cómo se repiten patrones y hasta bufetes del negocio de la privatización de Guatel con el caso de TCQ, solo que ahora son los nuevos mandos de los bufetes los que dan la cara y hasta se atreven a llamar “ignorantes” a quienes no opinan como ellos y cuestionan la legalidad de un negocio.

Y ese es solo un ejemplo dado que esos casos pululan y los actores se complementan toda vez que los piratas que llegan a invertir a Guatemala o aquellos que lo quieren hacer mediante componendas alejadas a la ley, deben usar a sus secuaces que se prestarán a eso y más con tal de recibir el chance y las coimas por ejecutar los “trabajitos”.

Desde los negocios de Comcel y Aviateca, pasando por las privatizaciones de los servicios públicos, el uso de figuras del derecho privado para enajenar lo público (fideicomisos, usufructos, venta de acciones, etc), los meganegocios en los que el país perdió pero ganó el particular, las concesiones de ríos para las hidroeléctricas autorizadas a quienes llegaron al precio o a quienes financiaron campañas, hasta las licencias de exploración y explotación del MEM, entre muchos otros, nos han dejado millonarios que viven tranquilamente en la impunidad.

Cualquiera tiene derecho a no entender que estos negocios se dan por la permisividad total de nuestro sistema que fue estructurado y secuestrado precisamente para eso, pero no entenderlo es lo que se ha traducido en que muchas mañanas amanezcamos frustrados de saber que la Guatemala que tenemos no es, ni por asomo, a la que podemos aspirar si tan solo nos entregáramos un poco más para cambiar el futuro, predicando con el ejemplo e incidiendo para que cambien las reglas.

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