Fernando Mollinedo C.

El ejercicio del periodismo no es tan fácil y descansado como parece; pues en esencia describe, desnuda y muestra al público lector las interioridades de un sinfín de circunstancias denominadas actos humanos y hechos naturales que son desconocidos o ignorados por la población y que al afectar la vida diaria personal, grupal o institucional, se convierten en una causa legítima y necesaria de ser mostrada.

No entiendo por qué las personas aludidas en las columnas de opinión, se transforman en hipersensibles chichicúas cuyos actos y acciones cuando ejercen sus trabajos en la calidad de empleados o funcionarios públicos supuestamente para que en un ejercicio de responsabilidad, el país funcione, cambie y se modernice; éstos desearían que los periodistas no publiquen ni divulguen análisis, críticas, comentarios u opiniones contrarias a lo que, según ellos, realizan como un buen trabajo. Pero que está desnaturalizado por cierto.

El temor latente a que se conozca la verdad convertida en el lado oscuro de la naturaleza humana, por acciones u omisiones, denota la irresponsabilidad, ignorancia, estupidez, payasada o interés de quien dispone del privilegio de manejar los fondos públicos a su entera discreción, sin tener la cultura necesaria y ni siquiera la formación educativa de su hogar para tomar decisiones de inversión que se supone deben ser para beneficio de la población.

También hay periodistas que efectúan su trabajo desde una distancia más cómoda, que consiste en evitar opiniones respecto a los reglones torcidos de la sociedad, sean estos paupérrimos o potentados, públicos o de la iniciativa privada, porque temen las posibles consecuencias de venganzas.

Los afectados suelen recurrir a sicarios (asesinos asalariados) particulares o a los aparatos represivos del Estado (miembros de las estructuras gubernamentales de seguridad pública: Ejército, Policía) para acallar la información que los desnuda como ladrones, farsantes, ignorantes, iletrados, imbéciles y en ayunas de capacidad administrativa.

El periodismo es una inversión ética que da satisfacciones y sirve para alertar a la población sobre los acontecimientos que vendrán y su prevención: qué sucedió y su por qué, quién y cómo lo hizo o hicieron, las consecuencias sociales, políticas o religiosas que de ello devienen en favor o contra los intereses de la población.

El ejercicio del periodismo lleva el riesgo que funcionarios cobardes, brutos y vástagos de suripanta, asuman el papel de víctimas y envíen comandos paramilitares a intimidar, golpear o matar a quienes se atrevieron a descubrir sus chanchullos, mañoserías, transas y/o «negocios», pues ya convertidos en mal ejemplo de adalid de la moral pública se huevean el dinero del pueblo; ese pueblo que se levanta todas las mañanas en pos de un afán, en espera que el peculio público sea invertido en salud y educación en todo el país.

Los periodistas no deben ser noticia, dice una máxima del buen periodismo; sin embargo, lo son cuando se les agrede de forma verbal, material o física por los dinosaurios oligárquicos de siempre y sus fieles sirvientes.

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