René Leiva

Por mucha imaginación (futurista) que los autores y editores del Campano Ilustrado hayan tenido, es imposible que concibieran el destino velado del ejemplar que un día de 1964 o 1965 fuera sustraído de un arrinconado anaquel de cierta oficina sita en casa antañona por el barrio La Merced; sustracción que diera origen a la vida secreta de un léxico destilado gota a gota, cada día, por medio siglo. El diccionario es un objeto material, de papel y tinta, pero posee esencias volátiles, como el genio de la lámpara maravillosa, nutrientes del pensamiento, sendas vírgenes para la imaginación…

Cuántos vocablos, boca y voz, fieles a su impresión, han envejecido con él, integrados al papel, con su Campano Ilustrado… Ecos añejos para una nostalgia inédita en oídos (y en lenguaje) nuevos.

Preceptor, amigo, compañero, consejero, testigo, cómplice…

Respeto; rayano en la veneración, por su virtud, su dignidad, su autoridad, su significación… Tiene ya muchas hojas desprendidas en cuyas páginas los márgenes están carcomidos por la carcoma del uso, y las páginas semiborradas por el borrador de las huellas dactilares.

Casi medio siglo de consulta a ese consultorio impreso del léxico español. Más que al cualquier otro plagado de tecnicismos tecnológicos, neologismos, extranjerismos, socavaciones alcahuetas…

Campano Ilustrado. Castizo, sí: pero no casto ni impoluto ni puritano.

En esas páginas han bebido mis huellas dactilares el sudor de sus palabras. (¿Cursilínea?)

¿Qué le ha gustado más, mis dedos o mis ojos, los ojos en mis dedos, el sabor del polvo de mi memoria cuando lo cierro? Cerrar es un decir…

¡Cuánta nostalgia envuelta en viejas hojas impresas…! La nostalgia erigida a pausas, a renglón abierto, a búsquedas tapadas. Mi consuetudinaria, cotidiana, dependiente (casi sumisa) consulta al Campano Ilustrado sólo refleja lo ignorante que era hace 48 años y sigo siéndolo, gracias a mi estrella. ¿Qué quiero saber?

¿Siente, sentirá, sentís, Campano compañero, nostalgia por la polilla negada, un poco huérfano de sus trazos engusanados, pero más viudo de sus alas dispersas que de su vuelo nocturno…?

El diccionario es una cantera intelectual en bruto… ¿Por definición…? Contiene palabras ya enterradas, aunque no muertas, cuyo epitafio son ellas mismas… Y las todavía vivas son sus sombras…
El hecho ¿misterioso? de que las palabras necesiten de una definición escrita, consensuada, de factura colectiva y centenaria, lo más exacta y breve posible, aparte, por supuesto, de su significado intrínseco, de su significación, así sea deformada o equívoca, en la propia mente del pensante, del hablante, del escritor, del lector… ¿A quién pedir perdón?
¿Qué quiero saber?

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