*Victoria Camps

Durante el tiempo que ha seguido a las elecciones generales, el espectáculo de la no negociación ha sido lamentable, lo más alejado de la regeneración democrática que todos los partidos llevaban en sus programas. Los nuevos parlamentarios, son los que deben tomar la iniciativa, hablar y buscar afinidades, en lugar de perderse en querellas partidarias internas. No es con los barones ni con las asambleas de militantes con quienes hay que negociar lo que se puede hacer. Nuestros representantes son los nuevos diputados y el escenario de los debates y de las comparecencias debe ser el Parlamento recién constituido. Lo que no da buena cuenta de lo que debiera ser una democracia representativa es que los líderes se comuniquen entre ellos a través de ruedas de prensa y de declaraciones provocativas. Se trata de algo de sentido común como empezar a negociar sobre un programa concreto

Desde el grito de los indignados porque “no nos representan”, los movimientos que se han producido no siempre han dado muestras claras de que su propósito era regenerar la representación democrática. Da la impresión de que tanto los partidos tradicionales como los que están escenificando la nueva política, están más preocupados por dar explicaciones a los suyos, que por ponerse a discutir con quienes finalmente tendrán que pactar si quieren que la legislatura prospere. Ciudadanos es el partido que ha mostrado mejor la búsqueda de interlocución con los otros y la voluntad de ejercer una función moderadora. La democracia representativa no debe ser sustituida por unas formas de participación multitudinarias que no resuelven nada. Son los políticos electos los que asumen la responsabilidad de representar a quienes les han elegido, con todas las consultas que quieran hacer a los expertos pero son ellos los responsables de tomar decisiones con vistas a formar gobierno. Para eso se les elige.

No tiene que ser imposible encontrar el denominador común de unos programas que se articulan en torno a grandes objetivos comunes: crear empleo, combatir la corrupción, sostener el estado de bienestar, medidas de protección para los más desfavorecidos, atajar la corrupción, responder con sensatez al movimiento secesionista de Cataluña. Para que las prioridades converjan, no hay otra opción que la de la renuncia a las propuestas más radicales. Significa confeccionar un programa de mínimos, no de máximos. En una legislatura que, si llega a materializarse, seguramente será corta, no es razonable comprometerse con una reforma constitucional que necesita más apoyo que el que puede dar la composición actual del Congreso y el Senado. Pero sí se puede iniciar el cambio hacia una España más federal, con un modelo de financiación más equitativo y con un reconocimiento más explícito de las diferencias culturales. El referéndum en Cataluña tiene aún poco consenso entre los partidos más dispuestos al pacto, por lo que lo prudente no es encallarse en él, sino posponerlo hasta que el tema madure. Lo mismo cabe decir sobre las propuestas sociales: hay que determinar qué es más urgente, no qué es más espectacular. Las grandes mejoras se consiguen tentativamente, paso a paso. Por lo que hace a la corrupción, más allá de lo que se pueda acordar para controlarla mejor, la voluntad de acabar con ella se demuestra en la práctica, consiguiendo que ser corrupto sea muy caro económica y políticamente.

No hay incompatibilidades insalvables si lo que todos buscan es el bien común que consiste en pactar para evitar nuevas elecciones y procurar un gobierno estable. Lo fundamental no es quién pactará con quién, sino qué se puede llegar a pactar para que haya estabilidad y para que las expectativas de los ciudadanos no se frustren. Se frustrarán si se deja de ser realista, y se proponen reformas inalcanzables debido a la composición actual del Parlamento.

Esa es la auténtica nueva política, el cambio que la ciudadanía espera dado el resultado de las elecciones y la dificultad de obtener mayorías estables. A nadie le entusiasma volver a votar, a excepción de los que esperan sacar rendimiento particular de una nueva ronda. Pero habíamos quedado en que la nueva política no tenía que ser partidista ni barrer para el interior de cada formación.

En la Grecia clásica, los filósofos decían que el buen político es el que sabe aprovechar el kairós, la oportunidad cuando se presenta. Rajoy la dejó pasar. Sánchez tiene ahora la iniciativa y la está aprovechando. No queríamos mayorías absolutas. Lo que tenemos es más complicado, pero más democrático.

Victoria Camps, profesora emérita de la Universidad Autónoma de Barcelona (España).

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